Escribir ignorando el criterio comercial o someterse al riguroso y estricto control de los ritmos de publicación y las exigencias del público. Entre esas dos orillas se encuentra, según los entendidos, la línea divisoria que separa la literatura del entretenimiento. Mientras García Márquez no se cansa de proclamar a los cuatro vientos que escribe sólo para sí mismo, John Grisham lo tiene claro, lo suyo no es lo primero.
En una entrevista ofrecida a El País Semanal, el autor reconoce que lo que hace no es literatura, sino el producto de un afán inconfesable por satisfacer a sus millones de seguidores. Le recrimina a la “alta literatura” la exigencia de tener que emplear demasiado tiempo en indagar en las profundidades del espíritu humano, sondeando el carácter de la gente y prestando atención a las relaciones humanas. Temas banales donde los haya y sin materialización práctica posterior, es evidente.
Intentar comprender las complejidades del alma humana, los defectos de carácter de la gente, es un lujo que él no se puede permitir.
Lo suyo es vender una cantidad ingente de libros, más de 250 millones hasta ahora, y convertirlos en películas de taquillas millonarias. Grisham es una máquina de hacer dinero que se autoexcluye del mundo de cristal de la literatura, y dice que lo que él produce es entretenimiento de calidad.
Vive sometido a un control de plazos de producción, para que la maquinaria financiera no se detenga, y atado por la voracidad de millones de fans inquebrantables, que esperan con paciencia de santo el momento de publicación de sus obras.
Ha pasado de puntillas por la crítica especializada, como tantos otros, porque cuando un autor tiene ese ritmo de publicación, los críticos dejan de fijarse en él. Sin embargo su método es bien sencillo. Una atmósfera de suspense permanente, un héroe que se gane las simpatías del lector y una situación difícil, si pone su vida en peligro mucho mejor, para al final rescatarlo de las dificultades. El éxito está asegurado con una buena combinación de estos cuatro simples componentes.
Nada de preocupaciones sociales, nada de política ni de deseos de transformar la sociedad mediante la escritura. Tan sólo mantener bien engrasado el cuerno de oro que vomita millones de dólares y un ritmo cronometrado de publicación de un libro al año. Una fórmula que muchos intentaron y que muy pocos han conseguido.Quizás por eso todavía no haya comprado ni leído ningún libro suyo.
En una entrevista ofrecida a El País Semanal, el autor reconoce que lo que hace no es literatura, sino el producto de un afán inconfesable por satisfacer a sus millones de seguidores. Le recrimina a la “alta literatura” la exigencia de tener que emplear demasiado tiempo en indagar en las profundidades del espíritu humano, sondeando el carácter de la gente y prestando atención a las relaciones humanas. Temas banales donde los haya y sin materialización práctica posterior, es evidente.
Intentar comprender las complejidades del alma humana, los defectos de carácter de la gente, es un lujo que él no se puede permitir.
Lo suyo es vender una cantidad ingente de libros, más de 250 millones hasta ahora, y convertirlos en películas de taquillas millonarias. Grisham es una máquina de hacer dinero que se autoexcluye del mundo de cristal de la literatura, y dice que lo que él produce es entretenimiento de calidad.
Vive sometido a un control de plazos de producción, para que la maquinaria financiera no se detenga, y atado por la voracidad de millones de fans inquebrantables, que esperan con paciencia de santo el momento de publicación de sus obras.
Ha pasado de puntillas por la crítica especializada, como tantos otros, porque cuando un autor tiene ese ritmo de publicación, los críticos dejan de fijarse en él. Sin embargo su método es bien sencillo. Una atmósfera de suspense permanente, un héroe que se gane las simpatías del lector y una situación difícil, si pone su vida en peligro mucho mejor, para al final rescatarlo de las dificultades. El éxito está asegurado con una buena combinación de estos cuatro simples componentes.
Nada de preocupaciones sociales, nada de política ni de deseos de transformar la sociedad mediante la escritura. Tan sólo mantener bien engrasado el cuerno de oro que vomita millones de dólares y un ritmo cronometrado de publicación de un libro al año. Una fórmula que muchos intentaron y que muy pocos han conseguido.Quizás por eso todavía no haya comprado ni leído ningún libro suyo.
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