También sufren desde hace tiempo la vejación del internamiento inhumano en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIES) a la espera de las repatriaciones.
Los CIES son unas cárceles a las que no se les puede llamar cárceles, pero que funcionan como tales. De nada vale que nos opongamos a que la inmigración sea considerada un delito, si el trato que damos a quienes la protagonizan es el mismo o parecido que a los delincuentes.
En los CIES, como en las prisiones, hay una sala común con televisor, una dieta de tres comidas al día y duchas en régimen de comunidad. Se duerme normalmente en literas apiladas, como en una película sobre Alcatraz, en edificios de los que muchos antes fueron prisiones y con los hombres separados físicamente de las mujeres. Tampoco hay intérpretes que faciliten la comunicación con los reclusos.
Los internados habitan hacinados como en cualquier prisión, se les vulneran sus derechos humanos y viven en la más absoluta indefensión. Sólo se les permite una única llamada al abogado (las demás tienen que pagarlas ellos) y nunca al extranjero.
Lo normal es que cada CIE disponga si acaso de un médico de cabecera para una población reclusa numerosa que lo sobrepasa. Suele haber un patio que pasean incansables los reclusos mientras intentan vislumbrar el atisbo de un futuro incierto.
Lavan sus ropas en los lavabos y las ponen a secar en las ventanas de las celdas. Y en habitaciones aparte se apilan apretadas las maletas a la espera de emprender un último viaje sin retorno.
Los CIES españoles, para más inri, han sido denunciados por la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y de Interior del Parlamento Europeo en un Informe Público de marzo de 2008.
Y todo por una simple infracción administrativa, el carecer de papeles. ¿Qué no seremos capaces de hacer con ellos el día que delincan?
Yo me declaro euroescéptica desde la semana pasada, además de euroindignada!!!
ResponderEliminarUn abrazo.