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29 abril 2008

La historia de un sueño de integración roto

Esta es la historia de un sueño destruido por la intolerancia y el fanatismo de los hombres. Debbie Almontaser, una maestra y activista neoyorquina, soñó con instaurar una escuela pública en Nueva York como ninguna otra. Un centro donde los niños de ascendencia árabe se unirían a los estudiantes de otras etnias para aprender árabe y el idioma inglés y prepararlos para poder acceder a los colegios de élite del país, de manera que, cuando culminaran su formación se convirtieran en “embajadores de la paz y la esperanza”.

Sin embargo, la creación de la escuela provocó una controversia tan incendiara, que Debbie Almontaser renunció como directora de la fundación semanas antes de que la escuela iniciara las clases en el pasado septiembre. Ella afirma que el alcalde la obligó a dimitir tras la campaña orquestada por sus críticos, que aseguraban que su agenda era la de una militante islámica.

Las cosas no han ido conforme a lo previsto. Sólo la quinta parte de los 60 estudiantes de la Academia Internacional Khalil Gibran son árabes americanos. Desde que la escuela abrió sus puertas en Brooklyn el pasado otoño, los niños han sido suspendidos por llevar armas, en varias ocasiones se han metido en peleas y han insultado a una profesora de árabe llamándola terrorista, según han confirmado miembros del personal y los propios estudiantes de la escuela.

En artículos en prensa, en posts en Internet, en la televisión y en las emisoras de radio, Debbie ha sido tachada de radical, jihadista y denigradora del 11 de septiembre. Se la ha acusado de abrigar tendencias antipatrióticas y de planificar en secreto el proselitismo hacia el islam entre sus estudiantes.

Debbie Almontaser, nació en Yemen y se trasladó junto a su familia a Buffalo a la edad de tres años. Su padre siempre la incitó a mezclarse y, hasta tal punto lo consiguió, que se llamaba a sí misma Debbie, en lugar de Dhabah, su nombre original.

En abril de 2005, Debbie Almontaser recibió una llamada que cambiaría su vida. Era Adam Rubin, un miembro de la ONG Nuevas Visiones para las Escuelas Públicas que estaba estudiando la posibilidad de ayudar a la ciudad a crear una escuela pública que enseñase árabe. La ONG disponía de 400.000 dólares donados por la Fundación de Bill y Melinda Gates y buscaba a la persona adecuada para dirigir el proyecto.

Después del 11 de septiembre, funcionarios del Departamento de Educación había reclutado a Debbie para impartir talleres sobre sensibilidad cultural para escolares. Ella difundía el mensaje de que el Islam era una religión pacífica. Su propio hijo había servido como Guardia Nacional en los esforzados trabajos de limpieza de la zona cero. Ella asistía a seminarios interconfesionales junto a rabinos y sacerdotes y se convirtió en comentarista asidua de los medios de comunicación, alcanzando tal popularidad que el alcalde de la ciudad, Michael R. Bloomberg, la honró públicamente.

“La única manera de reclamar a éste como tu país es seguir adelante con tu vida aquí”, les decía a las mujeres musulmanas en los meses siguientes a los ataques del 11 de septiembre.

El sueño de su vida siempre fue convertirse en directora de una escuela. Sin embargo, tras unirse a la ONG Nuevas Visiones para las Escuelas Públicas para sacar adelante el proyecto, tuvo que enfrentarse a su primer reto. Para administrar la concesión de la Fundación Gates, la escuela necesitaba un socio comunitario. Dos grupos presentaron su candidatura: una agencia secular árabe americana de servicios sociales y una organización musulmana que dirigía la escuela Al-Noor, un establecimiento privado islámico en Sunset Park, Brooklyn.

Ella intentó permanecer neutral en la discordia que estalló entre ambos grupos. Sin embargo, en su interior latía la preocupación de que si una organización vinculada a una escuela islámica privada se hacía cargo de la iniciativa, la ciudad nunca aprobaría el proyecto, a pesar de la promesa del grupo de mantener la religión fuera del currículo.

Debbie Almontaser votó a favor de la agencia de servicios sociales y los líderes musulmanes del otro grupo se alejaron con el sentimiento de que le habían faltado al respeto y desconfiando de ella. Al final dicha ruptura le pasaría factura.

Debbie conformó un equipo de diseño que optó por llamar a la escuela Khalil Gibran, el poeta libanés, cristiano y pacifista. El nombre lo sugirió un inmigrante palestino, con la esperanza de que desviara cualquier preocupación sobre que la escuela llevara una orientación musulmana.

En febrero de 2007, el Departamento de Educación anunció que la escuela había sido aprobada. Podía abarcar los grados del 6 al 12, impartir la mitad de sus clases en árabe y estar entre las 67 escuelas de la ciudad que ofrecen programas en inglés y otro idioma, como el ruso, el chino y el español. Debbie diseñó entonces un folleto para atraer a la escuela a alumnos para la primera clase de sexto grado, encabezado con una frade de Gibran: “Con el entendimiento, todas las paredes caen”.

El surgimiento de la oposición

La caída de Debbie no fue el resultado de un espontáneo clamor de los padres y activistas interesados del vecindario. También fue por obra del trabajo de un creciente y organizado movimiento para detener a los ciudadanos musulmanes que buscan un mayor papel en la vida pública norteamericana. La lucha contra la escuela, dicen los participantes en el proyecto, sólo ha sido la primera escaramuza en un contexto más amplio, como es la lucha a nivel nacional.

Sentada delante de su ordenador una mañana de febrero, Irene Alter, una maestra jubilada de Queens, leyó un artículo en The New York Times sobre la escuela Khalil Gibran y una serie de dudas asaltaron su mente. Se preguntaba qué cursos se impartirían en árabe, cómo sería tratado el Israel en el estudio de la historia del Oriente Medio. En esas cábalas estaba cuando leyó un artículo en The New York Sun firmado por Daniel Pipers.

Daniel Pipers dirige un grupo de investigación conservador, el Foro de Oriente Medio. A raíz de los atentados del 11 de septiembre, las críticas al Islam se han centrado en gran medida sobre el terrorismo, examinando la beneficencia de los musulmanes americanos o afirmando la existencia de vínculos entre las organizaciones musulmanas y grupos violentos como Hamas. A medida que las autoridades americanas han intensificado su lucha contra el terror, los críticos del Islam han desplazado su punto de mira hacia los que ellos describen como los musulmanes americanos respetuosos de la ley que están imponiendo sus valores religiosos en el dominio público.

Se basan en actos como que los taxistas de Minneapolis se han negado a llevar a pasajeros que porten bebidas alcohólicas, el que un gimnasio de Harvard haya implantado un horario sólo para mujeres en sus piscinas para que puedan acudir las mujeres musulmanas o que algunos bancos están ofreciendo productos financieros compatibles con la Sharia, el código de la ley islámica.

Pipers atacaba a la escuela en su artículo acusándola de ser en realidad una “madrassa”, que en árabe significa escuela, pero que en Occidente implica la impartición de enseñanzas islámicas. Junto con la señora Alter, de 60 años, constituyó una organización popular en respuesta al proyecto escolar, cuya finalidad primordial era detener la puesta en marcha de la escuela.

Daniel Pipers es autor de doce libros, tiene un doctorado en Historia y ha hecho una carrera del estudio y crítica del Islam. A comienzo de los noventa estableció un grupo con sede en Filadelfia cuyo objetivo primordial era definir y promover los intereses americanos en Oriente Medios, según consta en su sitio web. También es conocido por Campus Watch, una iniciativa nacional que creó para examinar los programas de Oriente Medio en colegios y universidades y mediante la que ha acusado a los profesores, entre otras cosas, de ser suaves con los militantes del Islam y de simpatizar con la causa palestina.

El tipo clasifica a los musulmanes en tres categorías: los que no son violentos, los moderados y los que están en el centro. Y considera que es el grupo intermedio la mayor amenaza actual para los valores estadounidenses.

En el corto espacio de cinco meses Debbie Almontaser ha visto su imagen pública arrasada, tachada de islamista radical por unos y de traidora y vendida por otros y su sueño de una escuela integradora en el corazón de los Estados Unidos por los suelos, navegando agónicamente por el océano de intolerancia de unos y otros.

Fuente The New York Times

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el propio hombre se encarga de destruir las salidas posibles, no quiero perder la esperanza, jack.
Como siempre gracias por tu excelente labor de información, muchos leemos lo que nos explicas.

Gregorio Verdugo dijo...

Yo tampoco, LP. El hecho de que la bombardeen por todos lados dice mucho en su favor.