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03 marzo 2009

Cuando habla la OCDE siempre sube el pan

Las recetas del liberalismo no cambian aunque el costalazo dado le haya dejado el esqueleto arrumbado y demolido como un saco de nueces pisoteado por una manada desbocada de elefantes.

En un esfuerzo ímprobo por reinventar la malparada economía mundial, la OCDE ha resuelto aplicar las recetas revolucionarias de última generación emanadas de su laboratorio particular de economía de urgencia.

Así, ante los viejos males provocados por la avaricia, la usura desproporcionada, la socialización de las pérdidas provocadas por unos cuantos listos y la debacle causada por el tsunami salvaje de la economía global, esa que tanto se preocuparon por imponer a todo quisque como la salvadora del futuro del planeta, ahora toca la parte más dura: el inevitable ajuste de cuentas.

Y nada mejor para llevarlo a cabo que cargarlo sobre los de siempre, los que tienen las manos atadas ante estas cuestiones que los superan con creces, aquellos cuyas actuaciones sólo tienen una relación causa efecto con lo acontecido.

Y ya puestos a pedir, aprovechando la catástrofe, volvemos a más de lo mismo para seguir ganando y acumulando igual que siempre y para que el equilibrio siga teniendo esa descarada inclinación hacia la misma cara de la moneda.

De ahí la necesidad de que los gobiernos, y en especial el nuestro, permitan derogar los acuerdos salariales y favorezcan la supresión de las cláusulas de garantía de los convenios. Ya de paso que reduzcan las indemnizaciones por despido de los contratos indefinidos, o mejor que los pongan gratis, a la carta. Porque son esos dichosos obstáculos y no otros los causantes del enfriamiento general de la economía y de la crisis más grave del sistema occidental después del crack del 29.

Si el liberalismo llevado a sus últimas consecuencias nos ha traído hasta aquí, es meridiano que para salir no hay mejor receta que más ultraliberalismo. De libro.

Y todavía hay quien duda que alcanzaremos los cuatro millones de parados. Con recetas así la continuidad del mal está más que garantizada.

¿Qué se podía esperar de una organización que fue ideada para que se liberen progresivamente los movimientos de capitales y de servicios, pero que, llegado el momento, calla como una puta cuando los desmanes aconsejan la intervención estatal y llega incluso hasta a aplaudirla?

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