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28 agosto 2008

Un paseo por la geografía de la prostitución en Sevilla

La prostitución callejera en Sevilla está en el candelero. Tras las manifestaciones promovidas por diferentes asociaciones de vecinos y con la ordenanza reguladora en el horizonte, repunta una problemática que siempre ha estado ahí y que no tiene visos de desaparecer a medio plazo.


Desde que durante el pasado mes de junio los vecinos del barrio de Nervión se manifestasen contra la práctica de la prostitución en sus calles, la polémica no ha dejado de estar candente en la actualidad de la ciudad entre quienes entienden diferentes soluciones para erradicarla.

Primero porque el alcalde prometió una ordenanza municipal que regularía su práctica para el mes de septiembre, mediante la cual se penalizaría tanto a las prostitutas como a los clientes que requieren sus servicios. Y ahora porque el alcalde ha mostrado públicamente su posición favorable a que se instalen cámaras de video vigilancia para combatir su ejercicio y controlar a los proxenetas, desmarcándose así de la postura de Izquierda Unida, su socio de gobierno. Lo cierto es que la prostitución en la ciudad se ha expandido y evolucionado bastante en los últimos años y es un problema que cada vez preocupa a un mayor número de ciudadanos.

El templo tradicional de la prostitución sevillana ha sido siempre la Alameda de Hércules, hoy reducto casi extinguido para prostitutas de avanzada edad y algunos transexuales, que apenas causan conflictos a los vecinos. Se lleva a cabo en pisos de la zona, dejando la calle sólo para establecer contacto. A veces son los propios vecinos menos pudientes quienes les alquilan habitaciones a las prostitutas para realizar sus servicios. La mayoría de los clientes suelen ser personas ya mayores, que llevan años acudiendo al mismo lugar, y con frecuencia a la misma persona, para comprar sexo. Por lo general, en la zona centro los vecinos no suelen quejarse del ejercicio de la prostitución en sí, sino más bien del ambiente de tráfico de drogas y delincuencia que la suele rodear.

Las otras zonas donde se ejerce prostitución callejera en la ciudad son Nervión, Sevilla Este, la zona del apeadero del AVE en La Cartuja, el viejo estanque de la Exposición del 29 en el Parque de María Luisa, Macarena y algunos polígonos industriales.

Las calles de Nervión han sido donde más conflictividad se ha producido desde los tristes incidentes acaecidos en Sevilla Este en 1993, donde la violencia se hizo dueña de las calles y hubo agresiones graves a prostitutas y proxenetas.

Los vecinos de Nervión se quejan de la proliferación de basura relacionada con la práctica del sexo en sus portales y de ser amenazados constantemente por las prostitutas y sus explotadores. Según ellos, el barrio se convierte en un centro de prostitución y tráfico de drogas a partir de las diez de la noche en una zona situada en pleno centro comercial de la ciudad. Protestan porque el servicio lo prestan en mitad de la calle, a veces incluso fuera de los coches, en los aparcamientos donde ellos dejan sus coches y a la vista de todos. No respetan ni los colegios y guarderías que existen en los alrededores y cuyas puertas amanecen pobladas de porquerías.

Por su lado, las prostitutas manifiestan que las ordenanzas reguladoras se ceban con el más débil y no suponen ninguna solución al problema. Y acusan a los vecinos de agresiones consistentes en echarles cubos de agua mezclada con productos químicos desde las ventanas y balcones.

En Sevilla Este los vecinos hace años que no protestan, a pesar de que el grueso de la prostitución callejera de la ciudad se realiza entre sus calles y jardines. Los incidentes que ocurrieron en 1993 y que acabaron con imputaciones de delitos a varios vecinos parece que ejercieron de freno a las continuas manifestaciones y enfrentamientos que se producían.

La inseguridad que genera la prostitución y la presencia de objetos peligrosos en las calles son las causas que mueven a los vecinos a protestar, cosa que no sucede con la prostitución en clubes o locales de alterne, que no crea alerta ciudadana porque se desarrolla al margen de la sociedad. El propio clima de clandestinidad dificulta el acceso a la información y, por lo tanto, impide la alarma social. Es la prostitución que no se ve, o mejor dicho que no se quiere ver.

El 75% de la prostitución ejercida en clubes lo realizan mujeres inmigrantes, mientras que el número de españolas es más elevado en la prostitución de calle, en torno al 85%. La estancia de las mujeres inmigrantes en el municipio suele durar sólo unos meses. Transcurrido ese tiempo, son desplazadas a otras ciudades para continuar siendo explotadas y después regresar de nuevo a la ciudad y así en un círculo sin final del que no escaparán hasta que logren saldar la deuda contraída con las organizaciones de tráfico de personas que las trajeron.

Se calcula que cada prostituta genera unos beneficios de 45.000 euros anuales al propietario del club y suelen ganar entre doce y quince mil euros al mes, trabajando períodos de 21 días consecutivos a una media de 30 servicios diarios. Tanto el mantenimiento como el hospedaje corren por cuenta de la prostituta, suelen cobrar entre 80 y 90 euros diarios por este concepto, e incluso han de pagar el 50% de las copas que consumen mientras efectúan su trabajo.

Para las organizaciones que trabajan la prostitución callejera, estas actitudes de rechazo que se vienen produciendo lo único que provocan es el desplazamiento de las prostitutas hacia zonas mucho más despobladas de la ciudad, carentes de recursos públicos y bastante más peligrosas desde el punto de vista de su seguridad. Miles de mujeres, a veces incluso niñas, viven en condiciones de absoluta marginación y carentes de toda dignidad como personas.

Las fuerzas de seguridad se limitan a realizar rondas de vigilancia con el fin de salvaguardar la paz social en la zona, practicando alguna que otra detención o identificación de prostitutas de cuando en cuando. Pero las prostitutas cuentan a las organizaciones de ayuda que se sienten indefensas y discriminadas por la escasa atención y respeto personal con que suelen tratarlas cuando demandan la intervención de la policía ante denuncias de agresiones, como robo o violación, de las que son objeto con bastante frecuencia.

Según la ONG Médicos del Mundo, el 80 % de las prostitutas son extranjeras y, de ellas, el 50% se encuentra en situación irregular. El 92% de estas mujeres no ejercían la prostitución en sus países de origen. La edad media suele rondar los 30 años y la mayoría de ellas vive bajo la amenaza de las mafias, a las que no sólo han de abonar su deuda, sin también los anuncios a través de los que las venden.

Alrededor de 2.000 mujeres son liberadas cada año de estas redes mafiosas, pero la mayoría se quedan sin alternativa y vuelven a convertirse en esclavas del mercado del sexo al poco tiempo.

Suelen ser personas a las que es difícil acceder, ya que tienen miedo porque son ilegales o a los proxenetas y a las mafias y sus métodos brutales, además de la dificultad añadida del idioma. Casi ninguna tiene acceso a los servicios públicos más esenciales y buena parte de ellas tienen cargas familiares a las que dedican una importante porción de lo que ganan.

Pocos conocen que la mayoría de ellas vienen con la intención de abandonar la prostitución a la primera que puedan y menos todavía que un alto porcentaje de quienes lo intentan lo acaban logrando. En concreto seis de cada diez prostitutas que quieren dejar la calle lo logran.

Curiosamente, existen otros centros de prostitución en la ciudad de los que apenas se habla y que rara vez provocan alarma social. Nos referimos a las zonas del viejo estanque de la Exposición del 29 en el Parque de María Luisa, el apeadero del AVE en La Cartuja, el Estadio Olímpico y las avenidas aledañas a la dársena del Guadalquivir. Son los lugares sagrados de la prostitución masculina en Sevilla y se ejerce de igual manera que la femenina, en plena calle y a la vista de todo el que quiera verlo.

El ceremonial es bastante parecido. Hombres dando vueltas y vueltas por una calle, seguidos discretamente de un automóvil que termina por abordarles y, tras un breve intercambio de frases que establece las condiciones, acaban subidos al coche y perdidos en el rincón más oscuro para practicar sexo a cambio de dinero. Algunos de ellos son tan jóvenes que parecen niños. Aunque es a este colectivo al que más le cuesta reconocer que lo que hacen es prostitución, ya que casi todos suelen negarlo. Este tipo de prostitución fue la protagonista del llamado Caso Arny, que levantó gran polémica y escándalo en los tejidos sensibles de la ciudad allá por 1998.

A la vuelta de las vacaciones estivales, el Ayuntamiento se verá obligado a abordar la patata caliente de la prostitución callejera en la ciudad. Tal vez, las medidas que adopte sirvan para algo o quizá apenas valgan para acallar el tumulto de grillos que este asunto está levantando. Pero lo que sí está claro es que ni la prosa farragosa de una ordenanza municipal, ni el poder intimidatorio de una cámara instalada en plena vía pública, van a ser capaces de evitar que una legión de mujeres desesperadas se lance a las calles cada atardecer para vender su cuerpo al mejor postor y poder cubrir así sus necesidades. Esa realidad sólo se puede obviar mirando hacia otro lado.

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