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26 agosto 2008

“A los clubes no les interesa que las prostitutas estén informadas”

Aleida, una colombiana que trabaja como mediadora de calle, habla de su trabajo diario en el mundo de la prostitución de clubes y pisos particulares en Sevilla


A Aleida, una colombiana de 41 años, que lleva tres años y medio trabajando con prostitutas en Sevilla como “mediadora de calle”, no le gusta que la fotografíen. Prefiere hablar sobre el trabajo que realiza en la Asociación de Mujeres que Ejercen la Prostitución (AMEP), un centro de apoyo a las mujeres prostitutas que se encuentra ubicado en plena Alameda de Hércules, el templo tradicional de la prostitución en Sevilla.
No conozco a nadie que esté en esto que no sea por dinero” nos cuenta mientras esboza una sonrisa tímida y deja que su mirada dulce se pierda en un horizonte que no aciertas a ver. Gesticula suavemente con las manos mientras nos relata el sin fin de dificultades a las que se enfrentan las prostitutas, especialmente las latinoamericanas como ella, con las que afirma “se entiende mucho mejor” porque “nos contamos cosas de allí”.
Está orgullosa de sus orígenes y asegura que le son de total utilidad, sobre todo a la hora de realizar su trabajo. “Es una cuestión de confianza” nos dice “sin ella no podría establecer la intimidad necesaria” ya que las prostitutas son por lo general “bastante reacias a hablar sobre sus vidas”.
Mientras habla, se adivina en sus palabras un cierto halo de vocación, de pasión por el trabajo que realiza. Es extrovertida y risueña, y manifiesta un considerable afán por aprender y transmitir lo que sabe, lo que le ha enseñado la vida.
No suele trabajar en zonas determinadas de la ciudad. En general, “sus chicas” son mujeres que ejercen la prostitución en clubes de alterne o en pisos repartidos por toda la ciudad. “Suelen enterarse de que existimos a través de otras prostitutas o porque han visto a la jefa salir en televisión”.
Para ella, la Asociación es como una ventana al mundo y una oportunidad inmejorable para desarrollar al máximo su implicación en mejorar la calidad de vida de las mujeres que se dedican a este oficio. Ha recibido varios cursos de formación a través de la Consejería de Salud, que le han llevado incluso a impartir charlas a las chicas en los mismos pisos donde trabajan.
Acude allí donde la necesitan, aunque no trabaja la prostitución de calle, pero “cuando vienen aquí las atendemos como a las demás y procuramos darles aquello que nos solicitan”. Nunca van a buscarlas, porque “es mucho más difícil contactar con ellas” y además se suman las dificultades del idioma, porque “la inmensa mayoría casi ni entiende el español”.
Casi siempre son las mujeres de los clubes la que la buscan, porque necesitan preservativos o cualquier otro tipo de ayuda. En la Asociación cuentan con diferentes gabinetes de apoyo a disposición de las mujeres, tanto psicológico, como jurídico, de empleo, asuntos sociales, o para la regularización de papeles. Ella suele acompañarlas para que “no se sientan solas” y porque “es la parte más fundamental de mi trabajo”. También llaman a las casas de citas que se anuncian a través de los periódicos, pero en muchos casos les cuelgan el teléfono sin más, especialmente en aquellas en las que “trabajan chinas”.
Planifica su jornada con antelación de forma concienzuda, porque “yo no soy un bombero” y “hay mucho trabajo por hacer”. “Esta gente se encuentra muy sola y carece en absoluto de información”. La tarea de acompañamiento tiene para ella un significado especial, porque le permite asesorarlas con lo que ha “aprendido desde que está ejerciendo de mediadora de calle”. Se muestra orgullosa de que, aunque no el primer día, “las chicas acaban confiando en mí y me toman más como una amiga que otra cosa”.
Cuando le preguntamos si son muchas las que intentan cambiar de vida, esboza una sonrisa que le ilumina la cara. “Si por ellas fuera, casi todas”. Nos cuenta que, de hecho, la mayoría lo intentan y se buscan otros tipos de trabajos, pero “cuando ven el dinero que se gana trabajando con honradez” vuelven a reincidir, aunque “no de la misma manera”. Ya se lo toman como “una forma de conseguir un dinero extra”, trabajando los fines de semana, en días determinados o un número de horas al día, y así “poder seguir manteniendo a los suyos”. Afirma que son muchas las que recaen de esta manera, “a dedicación parcial”.
Las menores son bastante frecuentes, “aunque ellas lo niegan, pero a veces es tan evidente que salta a la vista”. Los datos del pasaporte suelen estar falsificados y sólo nos lo reconocen abiertamente “a partir de la segunda cita, cuando ya ganan en confianza”.
Aleida nos dice que el problema que más les preocupa, aparte de los derivados de su propia salud, es el relativo a “la regularización de su situación en el país”. La mayoría de ellas no tienen papeles o, si los tienen, son falsos y viven bajo la amenaza permanente de la deportación.
Afirma que nunca ha tenido problemas con los proxenetas, aunque conoce que la mayoría de las chicas “son presas de las mafias”. Tan sólo tuvo uno una vez, con el chulo de una rumana que le tenía retenidos los papeles, pero al que “la dueña de la casa le obligó a devolvérselos”. A fin de cuentas, “las madamas” son con quien ella más trato suele tener a la hora de concertar las charlas o actuaciones “in situ”.
Cuando se trata de clubes la cosa cambia, porque “a los clubes no les interesa que las prostitutas estén informadas”. Suele visitarlos y dejar información y preservativos, pero “a los tres días ya han desaparecido”. Los dueños o encargados dicen que se los dan a las chicas, pero “sabemos que no es así”. “Se amparan en que les proporcionan lo que necesitan a través de la Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne (ANELA)”, un lugar donde, según ella, “les cobran por todo lo que aquí les damos gratis”.

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