Fotografía de la galería de El País
Cuando se habla de incitación a la violencia -delito
recogido en el artículo 510 del Código Penal y sancionado con penas de uno a
tres años y multas de seis a doce meses- habría que entrar a analizar cuántas y
cuáles son las variopintas maneras que hay de cometerlo, alguna de ellas
incluso perfectamente legales.
Fotografía de la galería de El País
Con suma facilidad la provocación de las masas enaltecidas
es una de ellas y no siempre desde agitadores afines a la causa que se
defiende, sino más bien todo lo contrario, personal infiltrado adrede desde el
poder para conseguir que la violencia estalle y así justificar acciones y
decisiones posteriores.
Muchas de las imágenes que están circulando por la Red en
relación con los sucesos acaecidos ayer en Madrid con motivo de la celebración
del #25S Rodea el Congreso
dan pie a pensar que fue eso lo que ocurrió. Son las autoridades quienes tienen
la obligación de aclararlo para reconfortar a la ciudadanía y que no impere
desde la impunidad la Ley del
silencio.
Pero la cosa en verdad no comenzó ahí, sino mucho antes. A
partir de que se tuvo conocimiento de la convocatoria, y sobre todo a medida
que se iba acercando la celebración de la misma, desde los atriles del poder
establecido y las atalayas de los titulares de los medios de comunicación se
inició una campaña de acoso y derribo que no podía tener otra meta que la que
se ha producido: un estallido de violencia provocado a conciencia para terminar
de criminalizar lo que en principio fue concebido como una protesta pacífica
para expresar el malestar de un nutrido grupo de ciudadanos ante sus legítimos
representantes.
Primero fueron los más altos dignatarios políticos quienes,
parapetados en sus torres de cristal parlamentarias, hicieron odiosas
comparaciones con el golpe de Estado del 23F,
Cospedal
o Cifuentes
dixit, o como el ínclito Ignacio González, a la sazón flamante presidente de la
Comunidad de Madrid, quien no ha dudado
en calificarlo como un “intento
de subversión del orden constitucional”, en lo que no es sino un clara
provocación a quienes sólo pretendían expresar un estado de hondo malestar con
lo que está sucediendo en este país.
Había que deslegitimizar la protesta a toda costa, aunque
ello significase la utilización de los medios mas arteros. Desde la identificación
de ciudadanos reunidos de forma pacífica en las asambleas preparatorias
hasta la de quienes
se desplazaban en autobús hasta Madrid desde otras ciudades para participar
en la protesta. Cualquier excusa era buena para mantener viva la provocación y
exaltar los ánimos de cara a que se produjera la explosión final.
Después todo resulta de lo más sencillo. Infiltras a unas docenas de agentes de paisano en el corazón de la masa debidamente encapuchados y les das manga ancha para actuar. Lo demás viene sólo y de la mano. Y, aunque es probable, que hubiera grupos violentos dentro de los manifestantes, como suele ocurrir casi siempre en convocatorias tan multitudinarias, lo cierto es que no les hizo demasiada falta bucear a la hora de encontrar las excusas necesarias para desatar su actuación. Algunos se encargaron de ponérselas en bandeja y de forma muy interesada.
El resultado no ha podido ser más catastrófico; más de sesenta heridos –uno de ellos muy grave- de los cuales 27 son policías y 35 detenidos, a los que ahora se les imputarán, entre otros, delitos graves contra la nación. La propia implantación de un dispositivo policial tan desproporcionado como el desplegado ayer en Madrid era ya todo un indicio de lo que sucedería después. En Madrid ayer no hubo zonas de exclusión ciudadana.
Y después vinieron los desmanes; el disparo de pelotas de goma en un lugar tan inapropiado y peligroso como la estación de Atocha, las cargas policiales indiscriminadas, la persecución y el acoso incluso a diputados del propio Congreso, y, cómo no, el siempre presente intento de matar al mensajero. Todo ello envuelto en las más que serias sospechas de que fueron policías secretas encapuchados quienes provocaron el inicio de los incidentes. Hasta tal punto que algunos políticos ya han pedido un investigación que será denegada con toda seguridad. Una batalla campal tan bestial como innecesaria.
Hoy, el día después, todos pretenden dar apariencia de
normalidad a lo sucedido. Los del gobierno justificando
lo injustificable, incluso quien
tiene motivos más que sobrados para callar. La mayoría con
la sangre helada porque no daban crédito a lo que estaban contemplando sus
ojos a escasos metros de donde se encontraban recluidos.
Y otros, a más de quinientos kilómetros de allí, ponían
tanto empeño en lamentar lo que estaba sucediendo en Madrid que eran
incapaces de asomarse a la ventana y contemplar lo que estaba acaeciendo al
otro lado de la verja del Parlamento autonómico donde estaban aislados, a salvo
de la ciudadanía. Aunque para ello, para contarte lo que estaba ocurriendo en
el #25S
en Sevilla bajo el sopor del membrillo ya estábamos allí los de sevilla report para hacerlo.
1 comentario:
Saludos Grego. Esto no tiene nada mas que una causa SON UNOS PERROS QUE SOLO VALEN PARA OBEDECER A SUS AMOS:
http://www.publico.es/espana/443032/le-pegan-pide-el-numero-de-placa-al-agente-y-le-vuelven-a-pegar
Publicar un comentario