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25 agosto 2009

Ramón Lobo, el hombre que prende la luz

Escribió Gabriel García Márquez, allá por la década de los cincuenta, una “jirafa” en El Heraldo de Barranquilla titulada “Un cadáver en el ropero” en la que aparecía el párrafo que reproduzco a continuación.
“Un buen narrador puede darse el lujo de lograr que el cadáver llegue por sus propios pies a la inspección de policía, a poner la denuncia del asesinato cometido en su propia persona.”
Hoy en día, después de bastantes libros leídos, todavía no he encontrado una definición más exacta de lo que significa el arte de narrar, de contar las cosas.
El periodismo, afirman muchos, es otra cosa diferente. A mí particularmente me gusta aquella definición de Kapuscinski que decía que el “el trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”. Supongo que habrá otras tan buenas o más, pero a mí me llega ésta de una manera muy especial.
Lo extraordinario sucede cuando un periodista realiza su trabajo combinando a la perfección ambas acciones: la de narrar bien y la de dar luz. Y esa rara mezcla, a mi entender, la disfruto cada día con las crónicas que escribe Ramón Lobo desde Afganistán para El País. Son los extraordinarios “Cuadernos de Kabul”, un sabio ejercicio de periodismo de alta calidad que contiene en sí mismos toda una lección para cualquiera que quiera aprender los entresijos de este oficio.
Hay muchas formas diferentes de contar una guerra, como las hay de describir una realidad. Pero exponer de una manera cristalina los intríngulis de una sociedad tan compleja como la afgana, de forma que afloren los enigmas del conflicto por si solos ante los ojos atónitos del lector, eso sólo está al alcance de los grandes maestros.
Y eso mismo es lo que hace Ramón, con la humildad y la sencillez que le caracteriza, y con el verbo florido y el lenguaje preciosista y sinuoso con el que nos tiene acostumbrados.
Porque a Ramón le basta con contarte cómo es el tráfico, desmenuzarte el sentimiento temeroso de la gente de la calle con la que habla, describirte los hoteles en los que habita, esbozarte en dos pinceladas precisas los sueños de los niños que lo abordan, hacerte oler el ambiente de los bares en los que se toma su cerveza, posibilitar que lo acompañes en su visita al zoológico de la ciudad, o al cine, o a la panadería, convertirte en cómplice de su charla con una mujer perseguida y contarte su experiencia en una humilde barbería para describirte todo un país y sacarlo a la luz, como si estuvieras allí y lo pudieras ver con tus propios ojos.
El periodismo de Ramón no se lee, te entra por los sentidos hasta convertirse en una experiencia vital en tu interior. Y esto sólo está al alcance de un periodista de los grandes, de los únicos, porque no basta con tener las agallas suficientes para vivir en un lugar en conflicto, que ya es bastante, sino que además hay que saber contarlo como el conflicto y el lector se merecen.



4 comentarios:

Juan Blanco dijo...

Muy buena recomendación. Yo lo sigo desde hace tiempo, hacia cuando Ignacio Escolar anunció su llegada al mundo de las bitácoras.

Como veo que no lo has enlazado en Twitter, te lo indico: tiene cuenta en la red social, @ramonlobo.

Gregorio Verdugo dijo...

Gracias, Juan blanco, ya lo vengo followeando desde hace tiempo.

i met you dijo...

absolutamente de acuerdo, para mí un imprescindible ya, como casí todas tus recomendaciones.

gracias y bss

Gregorio Verdugo dijo...

i met you: yo no me lo pierdo ni un solo día.