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26 noviembre 2015

El prolapso del gigante de los pies de barro

Ahora toca tirarse de los pelos, poner el grito en el cielo y lamentarse. El gigante con los pies de barro —el hasta ahora intocable tótem de la tecnología sevillana— está a punto de caer. El revuelo que se ha formado con la noticia es generalizado. No hay institución —pública o privada— ni organización —hasta los sindicatos, perseguidos hasta la saciedad y con bastante crueldad en su seno— has mostrado públicamente su preocupación por la crisis de la emblemática multinacional sevillana. Pero hasta hace pocos días —y a pesar de las múltiples voces que venían avisando del peligro— todos los que ahora exhiben su incredulidad y se asombran ante el cuadro de crueldad que refleja la realidad se dedicaban a mirar para otro lado ante lo que ya era algo más que una evidencia: Abengoa —la “única” multinacional indígena, como le gustaba a más de uno llamarla— se hunde irremisiblemente. Y lo peor de todo; el tsunami que va a provocar el hundimiento es de consecuencias incalculables.

Ya nadie se acuerda de cuando se denunciaban en los medios las consecuencias de una atávica gestión propia del medioevo; una política de recursos humanos prácticamente esclavista, muy cercana a lo que hoy calificaríamos como explotación laboral, y que sin embargo no va a evitar que las principales víctimas de esta hecatombe sean precisamente quienes la soportaron sobre sus espaldas. Aquéllos que han vivido durante años aislados en una especia de búnker que pretendía simular un sueño y vigilados de manera constante por miles de ojos anónimos. Hoy el sueño se ha hecho añicos y muchos de los que contribuyeron a esta forma de proceder se tendrían que preguntar ahora si su aportación ha servido para algo e intentar explicar ese algo.

Todos los apoyos de la esfera política y financiera del país eran conocedores de esta forma leonina de gestionar los recursos humanos. Era el emblema de los Benjumea y hasta se jactaban de ello en el lema corporativo: “hacer y callar”. De ahí que la ley que imperaba en el seno de la compañía no fuera otra que la del silencio. También estaban al corriente de una forma de gestión más que discutible, en la que ha primado el enchufe, el amiguismo y la sumisión por encima del talento, cuando no la afinidad con determinadas creencias religiosas. Un gobierno más aparente que eficaz, en el que la famosa puerta giratoria ha supuesto un suculento desembolso de dinero de dudosas repercusiones en las arcas de la compañía, y que en no pocas ocasiones ha acabado en farragosos líos con la justicia.

Quedan por delante cuatro meses de agonía para los 4.000 trabajadores sevillanos de Palmatraz. Un cuatrimestre con miles de familias encomendadas a alguien con tan pocos escrúpulos y sentimientos como la banca. Hay incluso quien pide que se rescate a la empresa como se hizo en su día con las entidades financieras. Pero nadie habla de responsabilidades, nadie se escandaliza de que el mayor responsable de esta crisis vaya a cobrar una millonada por su salida de la empresa tras abocarla a la desaparición. Nadie se pregunta dónde están los fondos repartidos en dividendos durante tantos años cuando la contabilidad de la empresa era más que discutible. Nadie se cuestiona por el papel jugado por los auditores de cuentas en todos estos años.

Y, como decía Kapuscinski en su obra “El Imperio”, una sociedad “que no hace preguntas, que coloca fuera de su marco el mundo de la inquietud, del criticismo y de la búsqueda, es una civilización paralizada, estancada e inerte”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los empleados estamos viviendo una situación de incertidumbre y temor por el futuro de nuestras familias, nadie, salvó la prensa, nos mantiene informados, todo son comentarios de pasillo y rumores. Todos los mensajes que nos llegan por parte de los responsables intentan calmar el ambiente, pero es imposible cuando estamos en un barco que se hunde, y como en el Titanic, sólo hay botes para los de arriba. Somos el "pagache" de una mala gestión de la compañía.