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20 febrero 2015

Zoido y los difuntos del gobierno anterior

El caso del cadáver desaparecido en el camposanto San Fernando de Sevilla ha puesto de nuevo de manifiesto que el “cementerio de elefantes” de la administración local continúa siendo un reino de taifa donde cada cual hace y deshace a su antojo. 

No es la primera vez que suceden anomalías graves en el cumplimiento de sus cometidos por negligencias que luego se ocultan o se tratan de justificar con excusas banales, como es el caso de la justificación que ha dado Zoido, escudándose en que es consecuencia de la nefasta gestión del gobierno anterior. Las secuelas que este tipo de actuaciones tienen en un asunto tan ligado al ámbito afectivo y familiar de las personas que las padecen son terribles y muy difíciles de asimilar.

Al alcalde Zoido (Juan Ignacio) ya le ocurrió un caso de resultados parecidos en junio de 2013. En concreto la calurosa mañana del sábado día 29. Aquel nefasto día, el cuerpo presente de José Prat Teixidó se tostó al sol del incruento recién estrenado verano en la rotonda que da entrada al camposanto municipal sin que ninguno de los funcionarios solucionase un problema burocrático que supuso un trago indigesto que marcó a toda una familia.

Prat Teixidó había muerto a las puertas de Versalles, en París, unos diez días antes. Tras unos trámites interminables en el país galo para repatriar el cadáver la familia pretendía incinerarlo aquel sábado y poner fin a un calvario que se había prolongado en el tiempo más de lo deseado. Los papeles venían en francés y los funcionarios del cementerio no sabían qué hacer en esos casos. Ante la insistencia de la familia, dado que el difunto se estaba literalmente cociendo a fuego lento bajo los cuarenta grados que hacían esa mañana en la rotonda de entrada, decidieron llamar a su jefe para que lo solucionara.

El tipo estaba en la playa y no se dignó siquiera a coger el teléfono para tranquilizar a la familia. Desconocedor del drama que se estaba viviendo en la entrada de la dependencia municipal de la que era responsable se limitó a ordenar a sus subordinados que había que traer los papeles traducidos por un traductor oficial y colgó el teléfono. Igual se le estaba calentando demasiado el tinto de verano en el chiringuito.

Pasadas las dos de la tarde el cortejo fúnebre se vio obligado a regresar al tanatorio, donde los restos de Prat Teixidó tuvieron que permanecer aún dos días más a la espera de recibir sepultura.

La pesquisas posteriores de los familiares pusieron al descubierto una serie de anomalías a las que el Ayuntamiento de Sevilla jamás dio explicaciones. Aquel día, el cementerio de San Fernando no tenía jefe de servicio. El titular, Antonio del Cerro Campañón, había sido destituido el 16 de abril de ese año y su relevo no se producía hasta el 1 de julio, que tomó posesión Ramón Cabas. Cuando a Cabas se le preguntó por el sujeto que tenía la asombrosa habilidad de resolver las incidencias del servicio desde un chiringuito de playa la única respuesta que se le ocurrió fue el silencio.

También quedó al descubierto que el cementerio carece de reglamento de régimen interior, tal y como establece el decreto 2263/1974, de 20 de julio y el decreto autonómico 95/2001, de 20 de abril. La inexistencia de dicho documento añadía un manto de oscurantismo a la hora de saber quién era el máximo responsable la mañana de los hechos.

Para colmo, cuando por fin al lunes siguiente pudieron darle sepultura y le otorgaron el nicho correspondiente, la comitiva al llegar al lugar designado descubrió que ya había alguien enterrado allí. Cabas tampoco encontró explicación a esta nueva anomalía. Algunos empleados del camposanto manifestaron entonces a los allegados que “estas cosas ocurren porque esto es un cementerio de elefantes municipal”. No les faltaba razón.

Para conseguir que alguien reconociera en un documento el error cometido, los familiares de Prat Teixidó se tuvieron que recorrer de nuevo todo el cementerio. El único que tuvo la decencia de firmar fue un sepulturero.

Guillermo Peláez, responsable de Funespaña, la funeraria que se encargó del sepelio, reconoció ante la familia que “desgraciadamente en este cementerio pasan muchas cosas”. Cosas que a Cabas, por supuesto, no le constaban entonces. A Zoido, por lo que se vio, tampoco. Salvo que entonces no había gobierno anterior al que endosarle las culpas, entre otras cosas porque ya llevaba dos años gobernando la ciudad.

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