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11 febrero 2015

Podemos y el dilema del consenso

Los círculos, el elemento vertebrador, el germen iniciático de la formación política Podemos, se han convertido en el caballo de Troya de un enfrentamiento dialéctico interno que amenaza con poner en peligro la hasta ahora fortaleza unitaria del flamante partido y sus crecientes expectativas de éxito.

La lucha por los órganos internos de las territoriales pone de manifiesto que el debate por el modelo de organización que se estableció en la asamblea Sí Se Puede del pasado otoño en Madrid no está ni mucho menos cerrado. Y los círculos están en el epicentro de esa tormenta.

Tanto en Madrid, como en Aragón y también en buena parte en Andalucía, la presencia de los denominados “críticos”, el sector que perdió aquel congreso constitucional, se está haciendo notar y planteando serios problemas a la organización por unas discrepancias que entonces no quedaron bien zanjadas, a pesar del aplastante resultado de la votación, el 88,6% de los votos emitidos a favor de la propuesta de Pablo Iglesias.

Durante la celebración de los procesos autonómicos ahora mismo en curso y las batallas electorales que conllevan están saltando a la luz pública serias diferencias que aún no han sido cauterizadas y que podrían poner en peligro el éxito insultante que hasta ahora auguran las encuestas a la nueva formación política.

La madre del cordero está en el peso que deben tener los círculos en la toma de decisiones. Depende de ese factor el que la organización se dote de un matiz más asambleario y menos piramidal, en contraposición a lo que vienen siendo los partidos tradicionales. Luego toda esta batalla dialéctica se adorna con una serie de eufemismos que tratan de matizar la realidad según convenza a quien los esgrima.

Los críticos hablan de “partido hecho desde abajo”, cuando defienden un modelo en el que irremisiblemente acabarían tomando las decisiones unos cuantos, los que acuden siempre a las asambleas, los incansables, sin tener en cuenta al resto de los militantes que pasarían a desempeñar el mero papel de observadores. Tal vez porque entienden que quienes participan a través de la red y no acuden, por el motivo que sea, a las asambleas no son de abajo, sino de arriba.

Las asambleas son fácilmente manipulables por los asiduos, es algo que se ha repetido a lo largo de los años, y suelen acabar conformando pequeños grupos de poder que a menudo se organizan para controlarlas. Es uno de los peligros que conllevan. 

Sin embargo, a la hora de plantear debates para promover las mejores propuestas y someterlas la decisión del resto de la organización son una herramienta inmejorable, un espacio de encuentro único para los movimientos sociales y la sociedad civil, como defiende el candidato alternativo en Madrid, Miguel Urban. Una filosofía bastante extendida entre la sección crítica de Andalucía y Aragón, con Teresa Rodríguez y Echenique a la cabeza. 

Los oficialistas por su parte defienden un papel menor de los círculos a la hora de la toma de decisiones y otorgar todo el protagonismo a la ciudadanía, a los inscritos en la herramienta de participación en red que la formación ha utilizado hasta ahora para la elección de sus órganos de dirección. Algo que en principio parece bastante más democrático y plural, pero que también conlleva el peligro de acallar el debate interno, matar la voz de las bases. De hecho, desde que se instauró como fórmula generalizada la periodicidad de las asambleas de los círculos ha disminuido considerablemente.

Ninguna revolución se gana con un clic del ratón en una pantalla del ordenador, es cierto. Lo demostró en un su día la primavera árabe. Igual que es cierto que la asamblea es probablemente el procedimiento más horizontal que existe a la hora de que un grupo de personas se pongan de acuerdo, aunque eso no implique siempre que sea el más democratizador. 

Participación en todos los niveles supone otorgar a cada estadio su papel y engranarlos después para que la decisión adoptada represente a la mayor parte posible de los integrantes de la organización. Eso ni es tan difícil ni tan imposible como algunos implicados pretenden hacer ver, salvo que bajo dicho argumento se escondan otros intereses tan ocultos como inconfesables.

Carmen Yuste, una de las más destacadas integrantes del sector crítico de Podemos en Andalucía, me lo explicó con nitidez un día. Los círculos tienen que tener un ámbito de decisión propio en aquellas cuestiones que les competen de manera directa, independientemente que después se someta a la valoración de toda la ciudadanía. En paralelo, ésta ha de ser consultada de forma obligatoria para todas aquellas cuestiones relevantes que tengan que ver con los ideales del partido y con los compromisos que adquiere ante la sociedad.

Es sólo cuestión de buscar un equilibrio que contente a todos y que no haga perder ni un gramo de eficacia a la hora de posicionarse y plantear propuestas. Con las herramientas de las que hoy se dispone, nada imposible ni utópico, sólo un asunto de voluntad y altura de miras políticas.

Si no se hace, si se insiste en una serie de luchas internas que no conducen a ningún sitio, muchos ciudadanos llegarán a la conclusión de que se encuentran ante una de esas luchas cainitas por el poder y el control del partido tan típicas de los partidos de la casta. Algo de lo que sin duda harían bien en huir.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un gran artículo.

Enhorabuena !