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27 noviembre 2014

El bufón del Ayuntamiento de Sevilla

El Ayuntamiento de Sevilla tiene un bufón, algo bastante impropio de una institución del siglo XXI y que pone de manifiesto lo anquilosada que está la política local en esta ciudad detenida en los anales del tiempo de la ignominia.

Este bufón chirigotero, un don Juan de tres al cuarto que cree deslumbrar a las damas durante sus pomposos paseos por los mármoreos pasillos de la casa consistorial, dedica su tiempo a hacer la gracia a los poderosos de turno y tumbarse solícito a los pies del amo cuando ya ha sonsacado la sonrisa de los labios de la corte de aduladores que lo rodea.

Suele calzar pantalones vaqueros rocieros ajustados, cortos para que se vean los tobillos  y los calcetines a juegos con los zapatos, y camisa a cuadros de leñador complementada con chamarreta pistolera al estilo viejo oeste. Todo un tipo carnavalesco. 

Hoy el motivo sobre el que han versado sus chistes aciagos y de poco gusto ha sido la imputación en el caso Enredadera del portavoz de IU en el Ayuntamiento, José Manuel García, y su ausencia en el Pleno celebrado esta mañana.

Sólo había que observar los movimientos del bufón por los pasillos para percatarse de que estaba especialmente contento y que además no tenía ningún reparo en manifestarlo de manera más que evidente. Los bufones, por naturaleza, no saben ser comedidos. Lo llevan escrito a sangre y fuego en su ADN.

Este ínclito saltimbanqui se ha pasado toda la jornada palmeándose los muslos a ritmo de bulerías y saludando a todo el mundo como si le hubiera tocado el gordo de la lotería, cuando es de los que jamás saluda a nadie como no sea por obligación. "La silla de IU está vacía, ¿te has dado cuenta?", murmuraba entre risas.

El colmo ha sido cuando en mitad del Pleno se ha puesto a dibujar chicuelinas en el fondo del Salón Colón con su chamarreta de Clint Eastwood ante la vista de todo el mundo, regodeándose con descaro de la desgracia ajena ante los sicarios de la prensa afín y mostrando el móvil echando humo a causa de la infinidad de mensajes que estaba recibiendo. 

Todavía no comprendo cómo el inflexible Javier Landa, ese ojo avizor que es azote de los desmanes de los concejales y adalid de los desalojos del público poco comedido, se le ha podido pasar por alto semejante desfachatez y falta de respeto tanto a la institución como al ausente. Sobre todo porque estaba ejecutando su estrambótica danza torera justo en frente de su atril de autoridad.

Ya se sabe que en política las puñaladas son la moneda habitual. Pero ello no es óbice para esgrimir cierto decoro, cierta caballerosidad que hace impropio el cebarse con la desgracia ajena. Es cierto que es una cuestión de educación personal más que de otra cosa, cuestión que en los payasos sólo “se supone”, como el valor en el servicio militar de antaño. 

Pero el azar suele ser un factor esquivo y lo mismo el día menos pensado él se convierte en el centro de las bufonadas y de las sonrisas ajenas. Tal vez entonces, cuando lo viva en sus propias carnes, entienda que una cosa es la rivalidad política y otra muy distinta lo suyo, para lo que todavía no se ha inventado el nombre. Aunque dada la materia prima de la que está hecho el individuo es algo bastante improbable.

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