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09 julio 2014

La ciudad de la desesperanza



La política local se ha convertido en un círculo vicioso que asemeja un tobogán cuya rampa final conduce irremediablemente al desencanto. Lo mejor que se puede celebrar en estos tiempos en una ciudad adormecida en el epicentro de una vorágine letal como Sevilla es que a los ciudadanos no les dé por acudir a los plenos municipales. De hacerlo, las estadísticas del desapego de la ciudadanía hacia los políticos se dispararían de tal forma que las autoridades de protección civil se verían obligadas a recomendar un desalojo permanente del Salón Colón del edificio consistorial.

Decía Manuel Chaves Nogales de la ciudad que lo vio nacer que Sevilla es “una ciudad que se contradice y modifica a cada paso, cambiante de manera permanente a los ojos de quien la recorre”. Está máxima también es aplicable a día de hoy a sus representantes políticos.

Tres años y un trimestre después de aquellas elecciones que auparon a Zoido a la alcaldía con la propulsión de sus inéditos veinte concejales, el regidor anda inmerso en el papel del Monteseirín que se resistía a abandonar el sillón en el que había descansado sus posaderas los últimos doce años.

Por otro lado, como si de un ciclo bíblico se tratara, el jefe de la oposición, Juan Espadas, ejerce de Zoido por los barrios, haciendo balance del trienio, en una réplica casi exacta de la campaña electoral permanente que le dio la victoria al popular. Era lo previsible dado el elevado índice de promesas que incluía el programa electoral y que, a día de hoy, buena parte de ellas aún permanecen incumplidas.

A ello hay que añadirle la ausencia permanente del Alcalde del debate político municipal. Zoido casi no interviene en los plenos y deja el insufrible peso de la defensa de sus decisiones en manos de sus delfines Bueno y Vílchez. El eludir el cuerpo a cuerpo y refugiarse tras su amplísima mayoría absoluta se ha convertido la estrategia principal del regidor para afrontar las próximas elecciones.

La mayor parte de su tiempo lo dedica a la ya manida de tanto usarse “micropolítica”, —hacerse la foto en todo lo inaugurable— y al anuncio de proyectos grandiosos de cuanto menos dudosa ejecución. Es lo más parecido hasta hoy de aquel anuncio magno mediante el que predijo lo de “levantar la Sevilla deseada”, que viene a ser la misma metáfora onomatopéyica que el “acontecimiento histórico para el planeta” de Leire Pajín para referirse a la coincidencia de la presidencia de Obama con la de Zapatero al frente de la UE.

La verdadera paradoja de todo esto se produce los viernes de los plenos en Plaza Nueva. No ha habido uno en todo el mandato que no se haya visto acompañado del eco coral de protesta llevada a cabo por algún colectivo indignado. En fin todo lo habido y por haber desde el de la toma de posesión hasta el último del mes de junio pasado.

Por allí han pasado las orquestas sinfónicas del 15M, los empleados del Ayuntamiento de diferentes servicios públicos, los trabajadores y trabajadoras de empresas adjudicatarias de variados servicios al ciudadano, los colaboradores sociales jubilados del consistorio, la policía local, los bomberos, y un sin fin más. Eso por no hablar de las manifestaciones y concentraciones varias que se han producido a lo largo del mandato. Es como un detallado plano sonoro del estado real de la ciudad.

Mientras tanto, en la sala capitular, se emplea el tiempo en discutir sobre lo que hizo o no Montesirín. El Alcalde anterior como referente, mal asunto se mire por donde se mire. Zoido —léase Bueno y Vílchez— esgrime la herencia recibida más de tres años después de ser investido como responsable de la ciudad. Mientras, la oposición hace defensa numantina de lo salvable —en lo demás no entran— de los mandatos pasados en coalición. El mejor indicio de la ausencia de futuro es mirar de manera permanente al pasado.

Puede que algunos encuentren justificación a este tipo de comportamientos en la atroz crisis que nos azota. Lo cierto es que, parafraseando a Carlos Mármol, que estamos condenados “a evaluar la gestión de quien ganó las elecciones por lo que iban a hacer quienes las perdieron”.

Mientras, la realidad sigue su curso y no puede ser más asoladora. La ciudad eterna languidece para afrontar otro verano azotado por el calor y la lacra del paro. Un camino tortuoso que sólo tiene como meta la desesperanza.

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