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18 junio 2013

España, Parque Jurásico

Durante un acto de aquel Congreso del PSOE-A celebrado en Sevilla que eligió a Griñán como secretario general, Felipe González contó a los asistentes que eligió la capital andaluza como primer destino del AVE español porque, de no haberlo hecho, “la alta velocidad jamás hubiera llegado al sur”. Aquella decisión tendría sus frutos en los años dorados de la Expo 92 y la olimpiada de Barcelona. Todavía hoy seguimos con la burbuja de los railes.

Ya han pasado 21 años desde entonces y nos hemos gastado 47.000 millones de euros en la red de alta velocidad española, la segunda del mundo y primera de Europa con sus 3.200 kilómetros de recorrido. Buena parte de este desarrollo ha sido a costa de mermar la red ferroviaria convencional.

Una cuestionada y onerosa infraestructura de servicio que cuenta con 31 estaciones, algunas de ellas en verdaderos páramos, y que tiene una tasa media de ocupación del 75% -sólo desde que a principios de año decidieron bajar drásticamente los precios del billete- y una tasa de viajero por kilómetro por debajo de 3, cuando en Francia supera los 40.

Escribe hoy Isaac Rosa en eldiario.es que “España es un AVE”, una infraestructura megalómana y onerosa que no sólo refleja nuestro pasado más reciente y el presente de un país que, como dijo Rajoy ayer en la inauguración del tramo hasta Alicante, está “a la altura de sus obras”. El AVE es también un fiel reflejo del futuro inmediato que nos espera como país: “un paisaje pintoresco cruzado por trenes veloces desde los que hacen fotos los turistas, y que sólo se detiene en los grandes núcleos”.

Y la visión no puede ser más acertada. España ya es como el predio de un safari pintoresco, con los turistas a salvo de la España real cabalgando a lomos de veloces locomotoras que lo cruzan de parte a parte mientras agotan las baterías de las réflex en acumular recuerdos en imágenes de su paso por la jungla.

O lo que es peor, Hispania como Parque Jurásico; el paraje insólito donde habitan diplodocus huérfanos de todo tipo de derechos y con unas condiciones de vida muy por debajo se sus semejantes de los países limítrofes, mientras los visitantes lo atraviesan a salvo por corredores de vallas electrificadas subidos en el trenecito eléctrico acristalado que los protege de las fieras sin control de la selva. No le podía haber salido mejor la metáfora al presidente del Gobierno.

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