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11 junio 2013

Dos años de humo


Dos años ya de Zoido. Analizada con lupa la gestión realizada resulta fácil comprobar que la afirmación que hizo durante la presentación de su balance de gobierno en el salón de plenos —la de que el 60% de su programa ha sido cumplido— está muy lejos todavía de ser una realidad. El alcalde, en esto como en otras muchas cosas, se encuentra preso dentro de sus propias palabras. Algo que ya viene siendo habitual.

Las mismas palabras que no dudaron en prometer incluso lo imposible son las que ahora mismo lo retienen en un plano de la realidad incuestionable. Su quehacer, con las expectativas que él mismo se encargó de despertar, ha quedado oscurecido, casi difuminado en ese desierto que se extiende entre la voluntad personal y el estrecho margen que marca una realidad que no acompaña en nada. Zoido, después de dos años muy difíciles, reducido a poco más que palabras sin apenas hechos que las corroboren. El imperio que se perfilaba con visos de eternidad comienza a derrumbarse por la erosión de la cotidianeidad.

El alcalde se ha preocupado más por derogar cualquier vestigio de la corporación anterior que por imprimir un sello personal en la gestión municipal. Y lo peor de todo es que cuando lo ha hecho no se ha preocupado siquiera de implantar una alternativa que disimulase esa obsesión de echar abajo lo ya construido. Tampoco ha dudado en hacerlo en aquellos casos en los que la contestación ciudadana era más que evidente. Nadar a contracorriente se ha convertido en un síntoma de su mandato.

Zoido se ha permitido incluso sacar de la chistera actuaciones que no estaban contempladas en su programa electoral y que han levantado una fuerte oposición vecinal. Ha sido incapaz de contener la presión de los lobbies de la ciudad y se ha entregado a ellos con la misma pasión y fervor con que lo hace cada primavera a la Semana Santa de su tierra. De ahí que muchos hablen ya, y no sin razón, de un programa oculto que camufló a la vista de los ciudadanos cuando les pedía su apoyo para lograr el gobierno de la ciudad.

Ahora, por si no tuviera bastante, se ha visto salpicado por el escándalo de los sobresueldos pagados con dinero de dudosa procedencia a altos cargos del Partido Popular. Otra faceta que también permanecía escamoteada a los ojos de los ciudadanos y que tendrá que explicar si no quiere que se le vuelva en contra. En esta ocasión lo tiene bastante fácil: basta con que muestre las facturas de esos “gastos de representación” a los que alude. En cuestión de cumplir la ley, nadie debe saber más que él mismo.

Zoido ha acabado pidiendo paciencia a los ciudadanos, como Rajoy. El hombre que lo prometió todo solicita ahora paciencia a cambio de nada, si acaso de nuevas promesas, cuando aún están incumplidas las primitivas. Sevilla está a una distancia sideral de ser esa ciudad idílica que él soñó un día y sus habitantes no pueden permitirse el lujo de esperar más.

El crédito del regidor que logró la goleada más abultada de la historia en unos comicios municipales se desinfla como un globo en las manos torpes de un niño. Y la ciudad que iba a funcionar con la precisión de un reloj suizo se despeña y apenas logra reunir las fuerzas necesarias para ver amanecer al día siguiente.

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