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24 mayo 2013

Cuando la miseria te pisa los talones, hasta soñar resulta oneroso

Hay una parte de la realidad cotidiana en América Latina que apenas tiene visibilidad en los medios de comunicación. Es la aventura que deciden emprender cientos de miles de personas y atravesar todo un continente de sur a norte. Viajan impelidos por la ilusión de escapar de una vida de miseria y la esperanza de encontrar una vida mejor y más digna. Pero para lograrlo han de sortear primero una dificultad añadida y en extemo peligrosa: atravesar México, un país donde la violencia y la corrupción son la moneda de cambio de mayor uso.

 

El pasado 14 mayo, un grupo numeroso de inmigrantes compuesto por hombres, mujeres y también menores de edad viajaba a bordo de un tren de mercancías con la intención de atravesar el país y alcanzar los Estados Unidos. En un momento determinado del viaje, una banda criminal detuvo el tren y lo atacó en las inmediaciones de Tenosique, en el estado Meridional de Tabasco. Cinco de ellos fueron secuestrados y liberados posteriormente, después de que sus familiares en Centroamérica se vieran obligados a pagar un rescate para impedir que fueran maltratados y asesinados.

 

Dos inmigrantes que presenciaron el ataque alertaron de lo sucedido a los integrantes del albergue para migrantes La 72 y solicitaron su ayuda. Tres días más tarde, el 20 de mayo, algunos de los secuestrados llegaron al albergue y relataron su experiencia. A raíz de ello se presentaron denuncias penales ante la Procuraduría General de Justicia del Estado de Tabasco y pruebas relacionadas con el secuestro. Resultó del todo inútil.

 

Las autoridades no emprendieron acción alguna contra la banda delictiva. Esta inacción, ese mirar hacia otro lado, deja a este tipo de organizaciones libres para poder actuar a su antojo. La razón de tal conducta hay que buscarla en la más que frecuente connivencia de la organización criminal con funcionarios públicos corruptos. Como consecuencia de ello, las bandas se dedican a sembrar el temor a represalias entre los denunciantes, incluidos los defensores de los derechos humanos que intentan ayudar a estas personas. Rubén Figueroa y fray Tomás González, que trabajan en el albergue La 72, son dos de ellos. Conviven a diario con amenazas y actos de intimidación a causa de su trabajo y nadie quiere escucharlos..

 

El drama que viven estos cientos de miles de personas que intentan atravesar el continente empujados por la desesperación tiene un incierto final. En la mayoría de las ocasiones desafortunado. Pocos son los que logran alcanzar el destino soñado y muchos los que acaban detenidos por las autoridades de inmigración mexicanas y devueltos a sus países de origen. Por el camino se quedan los que sufren el ataque de este tipo de bandas y, además de ver frustrado el empeño, sus familiares han de hacer un esfuerzo económico ímprobo con tal evitar que el sueño les cueste la vida. Porque cuando la miseria te pisa los talones, hasta soñar resulta oneroso.

 

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Es una cruda, muy cruda, situación....