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11 octubre 2012

Los estudiantes sevillanos de pasacalles a las setas de la Encarnación



Diez lecheras de antidisturbios, con sus lucecitas azules encendidas y todo, para garantizar la seguridad de una protesta que apenas alcanzaba a los dos centenares de personas me parece un dispendio del todo innecesario. Y justamente eso es lo que ha sucedido hoy con la manifestación convocada por los estudiantes sevillanos que partió del rectorado sobrepasadas las seis de la tarde.

A las manifestaciones, como a casi todo en la vida, si hay que ir se va. Pero ir por ir, va a ser que no. Cualquiera que haya pasado por una universidad sevillana, aunque sólo sea para ver si su nombre figuraba en una lista de admitidos, sabe que los jueves son mortales, máxime cuando anteceden a un puente de tres días justo al comienzo del curso.

Convocar una protesta en un día como hoy y precisamente a las seis de la tarde es un suicidio en lo referente a alcanzar el éxito que se pretende. Porque a esas horas, el que no está a bordo de un tren de regreso a casa para aprovechar el puente con la familia o con su media naranja, está en el súper comprando los avíos para la botellona que precede al largo fin de semana. Es tan triste como real.

Desde luego que hay que reseñar la animosidad y contumacia de los que asistieron y aguantaron todo el recorrido hasta las setas de la Encarnación con una actitud incluso festiva. Han demostrado que su moral es a prueba de bombas, porque no han parado de gritar en todo el trayecto, deteniéndose en cuanta sucursal bancaria encontraban a su paso e invitando a los curiosos mirones, en número infinitamente mayor a los manifestantes, a sumarse a la protesta. Es más que loable tanta abnegación.

Pero en esto de las luchas también cabría analizar los efectos de la efectividad o no de las mismas. Porque creo que, a estas alturas de la crisis, la gente ya empieza a estar harta de tanta manifestación sin frutos palpables. Es energía desperdiciada si no viene seguida de algún logro que traspase la sutil frontera de lo que es la mera visibilidad de la protesta. Y hasta ahora, de logros más bien poquitos.

Mientras tanto, la policía de cháchara en las esquinas y, alguno que otro escaqueándose a un bar cercano para tomar un café que combatiera el mortal aburrimiento de una tarde que amenazaba con eternizarse demasiado.

Dicen que la prevista para el 18 de octubre próximo será más masiva y multitudinaria. Dos hechos incuestionables apoyan esta predicción: dicho día no se impartirán clases y además, por primera vez en la historia de la enseñanza, los papás han apoyado la huelga. Esperemos que entonces los periodistas tengamos algo más jugoso que contar.

Lo dicho, si hay que ir se va. Pero ir pa ná, como que no.

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