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03 mayo 2011

Eventuales de Tussam: crónica de una jornada de la otra feria



A primeras horas de la mañana de cualquiera de uno de estos días de fiesta y regocijo en Sevilla, todo aquel que pase por la céntrica plaza donde se encuentra condensado el poder de la ciudad podrá ver a una docena de personas que se desperezan, recién levantados tras pasar la noche durmiendo en un saco sobre una manta en el suelo, y se disponen a acometer un día más en una lucha que se prolonga ya desde no se sabe cuándo. Son los eventuales de Tussam que, con el ánimo siempre renovado con se desconoce qué tipo de fuerzas, encaran una nueva jornada de protesta.

Lo primero que hacen al levantarse es recoger los bártulos de la acampada, para que la policía encargada de velar por el orden público no encuentre nunca un motivo para desalojarlos de lo que se ha convertido ya en su Plaza Tahrir particular.

Poco a poco van plegando los mínimos enseres que les permiten hacer frente a la intemperie y sus incómodas consecuencias, porque una miserable tienda de campaña, que nunca puede compararse con la lujosa habitación del Ritz, les fue denegada por quienes hacen y deshacen en los designios de esta ciudad, seguramente porque quien más sufriría con su permanente presencia serían sus propios ojos. Ya se sabe que quien no ve, ni siente ni padece.

Tras desayunar en compañía y esperar a los compañeros a los que no les tocó el retén de guardia nocturna, se distribuyen el trabajo del día y parten hacia sus destinos cargados de octavillas e ilusiones nuevas. Será difícil encontrar en la historia de la empresa de transportes urbanos un puesto de trabajo tan justamente ganado y tan merecido.

En estos días de feria y de júbilo general realizan su labor repartidos entre el ferial y el Prado de San Sebastián, punto crucial para el enlace con los servicios especiales que conducen a la fiesta. Mientras tanto, un reducido grupo de tres o cuatro permanece en Plaza Nueva cuidando de las pancartas que conforman su chiringuito de protesta.

Durante la jornada se dedican a repartir octavillas informativas sobre la situación del transporte en la ciudad, la repercusión en el mismo de los recortes que la dirección de la empresa está llevando a cabo y a charlar amigablemente con los usuarios.

También se acercan a las casetas donde se encuentran los políticos, siempre ataviados con sus eternas y míticas camisetas, para felicitarles las fiestas y, ya de paso, recordarles el lugar donde todavía se encuentran y el motivo de su protesta. Siempre con buenas palabras y modales, sin un mal gesto, con la humildad que siempre han enarbolado por bandera. A lo grande.

Ayer, durante una de esas acciones a lo largo del ferial al filo de las tres de la tarde, se cruzaron con el gerente de la empresa, Carlos Arizaga, y su santa. Se lo encontraron junto a la gente que esperaba en la cola de la parada que el C2 tiene junto a la portada. Como era de esperar no les hizo ningún caso y se hizo el sueco.

También entregaron la octavilla a otro miembro del consejo de administración de la empresa por la misma zona, que tampoco encontró palabras para decirles nada. No sabía yo que la mezcla de diversión y cruda realidad provoca como reacción la mudez absoluta.

Incluso vieron a Alfredo Sánchez Monteseirín, con todo su séquito de seguridad y pinganillos que echan humos a las primeras de cambio, en la caseta municipal. El todavía alcalde tampoco encontró las palabras adecuadas que dirigirles, con la locuacidad que suele provocar la estancia prolongada en el real. Ni aún así. Ni siquiera salió a fumar con tal de no verlos.

Cuando por la tarde noche regresan a Plaza Nueva para afrontar otra noche más durmiendo al aire libre, con la de hoy serán treinta y ocho, ellos no se quedan con la súbita mudez de los responsables de su deplorable situación, sino que se consolan con las innumerables muestras de solidaridad de la gente con la que hablan, de los compañeros que los visitan y con la ilusión de que han puesto otro granito de arena más en la montaña que les ayudará a alcanzar su objetivo.

Vuelven a verse apartados por segunda vez de los días más especiales de esta ciudad, que tiene por costumbre devorar a sus hombres más nobles, pero no les importa. Porque saben que están luchando por algo que les corresponde en derecho y que sólo la estulticia y la soberbia de unos cuantos les quieren arrebatar. Esos mismos que estos para la amistad y la celebración se lo estarán pasando en grande junto a los suyos, sin que la conciencia les haga trasegar mal ni un solo trago de rebujito.



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