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16 abril 2011

El Metrocentro de Sevilla como el Ferrari de Alonso

La realidad siempre supera a la ficción y tiene la fea costumbre de colocar a cada cual en su sitio, le pese a quien le pese. Al gerente de Tussam, Carlos Arizaga, a quien no le gustan nada las críticas porque se cree el embajador inmortal de la perfección, la realidad lo traiciona un día sí y el otro también.

Ahora ha sido su proyecto más emblemático, la encomienda personal del Alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, que siente un apego especial por ese juguetito de última tecnología llamado Metrocentro, quien lo ha vuelto a dejar desnudo ante los ojos de los sevillanos. Y es que la realidad tiene esas cosas, que te pone en evidencia sin preguntarte.

Los políticos se encargan de dar vía libre a los proyectos que incuban sus mentes y son los gestores quienes asumen la responsabilidad de hacerlos realidad. De no ser así, como comentó en una ocasión un veterano político sevillano, "jamás tendríamos tiempo para hacer política".

No ha hecho más que inaugurarse el nuevo tramo hasta San Bernardo, cuando ya nos agobian los problemas con el engendro. Ahora a causa de las averías de diferente tipología en las nuevas unidades.

¿El resultado? El de siempre, al que ya nos tiene habituados; más tiempo de espera para los usuarios en las paradas, menos frecuencia de paso, disminución de la calidad del servicio y presión a los trabajadores para que los fallos de gestión –la puesta en marcha de éste y de todos los servicios es responsabilidad exclusiva de la dirección de la empresa- se velen tras una espesa cortina de humo.

Porque ahora resulta que, para que la evidencia no sea visible a los ciudadanos, Arizaga pretende que los trenes del Metrocentro tomen las sinuosas curvas del trazado como el Ferrari de Fernando Alonso. Es lo que se conoce por Gestión, con mayúsculas.

Arizaga se podrá esconder tras el muro que quiera, pero lo evidente es lo que prima. Y es más que seguro que algo no se ha hecho bien, aunque él siempre se muestre reacio a entonar el mea culpa. Y como en otras muchas ocasiones, porque jamás deja de intentarlo, la culpa no puede recaer sobre los trabajadores. Tantas veces ya no cuela.

Claro que siempre le quedará el socorrido remedio de abrirle expediente disciplinario al periodista de Diario de Sevilla que se atrevió a contarlo. No me gustaría estar en tu pellejo, Carlos Navarro Antolín.



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