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29 marzo 2011

Las setas y la peculiaridad del socialismo sevillano

Monteseirín tiró de retórica, esa disciplina tan socorrida, en el acto final de su último mandato. El pasado domingo, durante la inauguración de las setas de la Encarnación, antes de ser acabadas, el alcalde echó mano del verbo apologético para vestir de pomposidad su epitafio político.

Así, bautizó al monumento como el más sevillano de los rincones de esta urbe y afirmó, henchido de satisfacción, que simboliza el dinamismo de la Sevilla del siglo XXI, frente al tradicional inmovilismo de la “Sevilla rancia”. Por si faltaba algo, Monteseirín ha descubierto, no se sabe por obra de qué tipo de magia, que el Metropol tiene un misterioso efecto anticongelante sobre el conjunto de la ciudad. Cosas de la arquitectura de vanguardia.

Acto seguido se enfundó sin despeinarse el disfraz de Nostradamus para vaticinar que en un año habrá recuperado la totalidad de la inversión hecha y que no le costará ni un euro al bolsillo de los sevillanos. Claro que sin mencionar para nada los más de cien millones de euros que lleva a cuestas el proyecto, ni la descarada privatización de una plaza pública por casi medio siglo que su ejecución supone. No fuera a ser que desluciese el boato casi rocambolesco de la ceremonia.

Sin embargo, lo más destacado del acto celebrado la tarde del domingo en el corazón de la ciudad no fue el canto laudatorio entonado por la boca del regidor, ni siquiera las imaginativas protestas de varios colectivos de trabajadores allí presentes. Lo verdaderamente significativo fue la foto en sí, que se convirtió sin quererlo en la escenificación de la soledad de un político en el declive de su mandato y la fotografía fidedigna del estado de división interno que adolece el PSOE sevillano.

Resulta cuanto menos paradójico que en la puesta en escena de un proyecto de tan decisiva influencia en la historia venidera de la ciudad no hubiese presente ninguna autoridad de la Junta o del gobierno central. Tampoco el candidato socialista a la alcaldía, Juan Espadas, ni el socio de gobierno, IU, encontraron en el acontecimiento ningún rédito que justificara su presencia. Tan sólo Monteseirín y su equipo municipal soportaron con estoicismo los ajetreos de la ceremonia.

Muchos de los que salieron en la foto oficial es posible que ni siquiera suden la camiseta en la inminente contienda electoral. No hay ningún cargo en juego y los augurios no pueden ser más catastróficos. Incluso puede que algunos lo prefieran así; una derrota histórica del contrario, del rival consanguíneo, que deje claras algunas cosas que se han pretendido pasar por alto.

Es la ya vetusta teoría del “sin mí no eres nada”. Las viejas cuitas ni se perdonan, ni se olvidan. Sobre todo en una organización tan peculiar como la de los socialistas sevillanos, donde en los tiempos que corren lo que parece haberse impuesto es “la hora de las puñaladas”.

Tal vez la consecuencia más injusta sea que Espadas pague un alto precio por haber estado en el lugar y a la hora equivocados. Pero si algo ha quedado de manifiesto es que Caín hubiera sido un militante de éxito en una agrupación tan singular como la de Sevilla. Ya lo dijo alguien: ¡al suelo, que vienen los míos!.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Al final quedará la placa-lagartijera que nos recordará que aquella plaza modernista fue inaugurada por el alcalde Monteseirín, un visionario incomprendido. Circularemos en bici por carriles denostados y pasearemos por el centro, sin recordar el tráfico que lo ahogaba de humo y hollín. Nadie se acordará cuándo sucedieron esas transformaciones ni quién las impulsó. Pero ahí quedarán para que las disfrutemos. ¿A qué precio? Al de la incomprensión y la soledad.

Gregorio Verdugo dijo...

Anónimo: sin dejar de reconocerte que la política tiene esos pagos crueles, también hay que añadir que él, y otros también, se han esforzado muy poco por evitar enfrentamientos y buscar el consenso.