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10 diciembre 2010

El vaso de lágrimas de Fran Fernández

Sevilla goza de su Nerón particular. No es que el tipo haya incendiado la ciudad, aunque tampoco parece claro que el emperador romano lo hiciera, pero si se analiza con tranquilidad tampoco le ha faltado demasiado y, quién sabe, todavía le quedan unos meses en el cargo.

El Nerón Claudio César Augusto Germánico sevillano no goza de tan ampuloso nombre, qué va, sino de uno más de andar por casa; Francisco, Fran para los amigos, y de apellido Fernández y no es otro que el delegado de Movilidad del Ayuntamiento de Sevilla.

A parte de contar con algunas de las más refinadas cualidades que perfilaron al augusto emperador romano, entre ellas las de tirano y extravagante, Fran Fernández se caracteriza por ser el máximo exponente del antónimo de la alquimia. Mientras los alquimistas se han devanado los sesos a lo largo de la historia por convertir el plomo en oro, el inefable concejal sevillano optó desde primera hora por el camino contrario y todo el oro que pasa por sus manos lo funde y acaba irremisiblemente convertido en una garrapiñada amorfa adosada al fondo del caldero y sin valor alguno. Es lo que suele ocurrir cuando alguien se dedica a arreglar zapatos sin ser remendón.

Como si no hubiera tenido bastante todavía con las tropelías que supuso su inolvidable paso por Policía local y Bomberos, e insatisfecho por haber puesto, más que un granito de arena, toda una playa caribeña en el hundimiento de Tussam y la quiebra de Aussa. O quizás motivado por el éxito incuestionable de la gestión de la construcción de los pasos soterrados de Bueno Monreal y Los Arcos y de la nueva sede de su delegación en Ranilla, por las cuales los sevillanos vamos a tener que pagar un riñón y parte del otro sólo en los sobre costes que han generado. Tal vez impelido por los brillantes resultados de su gestión para la construcción de un impresionante parque de aparcamientos en la ciudad que muchos ya han pagado y hasta ahora nadie ha visto.

El caso es que ahora resulta que el ímprobo Fernández ha decidido poner a la Delegación de rebajas y pretende subastar los aparcamientos de la zona azul y, seguramente a precio de saldo. Además, supongo que para no disgustar demasiado al pujador, pretende ampliarlos hasta los entornos del Hospital Virgen del Rocío, el Macarena, San Benito, Carretera de Carmona y las más de seiscientas plazas que se crearán en Cartuja.

Es el modus operandi de los gestores públicos ineficaces, que primero arruinan la empresa y luego la privatizan, inversiones públicas incluidas, para que los beneficios se los lleven otros. Y si es alguien cercano, pues mucho mejor. Dicho por su boca, el incremento de plazas de zona azul a privatizar es porque Sevilla es de las ciudades que menos tienen y es de una importancia vital “aumentarlas e incorporar áreas de interés comercial, turístico y de ocio”. Seguro que alguno ya se está frotando las manos.

Además se ha fijado el objetivo de dejar el concurso público resuelto antes del primer semestre del año próximo, es decir, antes de que se vaya o de que lo echen, que para el caso es lo mismo. Se ve que lo quiere dejar todo atado y bien atado, sin importarle lo más mínimo lo que pueda pensar el próximo inquilino de Plaza Nueva.

La trastienda de la noticia afecta directamente a Tussam, como no podía ser de otra manera, ya que la empresa municipal de transportes urbanos es la poseedora del 51% de las acciones de Aussa (el otro 49% pertenece a Azvi). Porque se da la circunstancia que la recaudación por los aparcamientos en zona azul se incrementó a lo largo de este mandato en más del 47% y se estima que en este año los ingresos por este concepto rebasarán los dos millones y medio de euros, cuando el canon por la gestión de las plazas al Ayuntamiento sólo es de 192.000 euros. Y eso lo hace un señor que se dice preocupado por las horrendas cuentas de Tussam, mientras el gerente, ese crack llamado Arizaga, está más callado que una tumba. Para partirse de la risa.

Esta fiebre nueva por desmantelar lo público que le ha entrado a este socialista de pro, que tiene la curiosa cualidad de adelgazar lo de todos de manera inversamente proporcional a su voluminosa presencia, además de una demostración inequívoca de su ancestral ineficacia, pone de manifiesto que no se pueden llevar a buen término aquellas cosas en las que uno no cree a pies juntillas.

El hecho de que muchas empresas públicas no funcionen y acaben en la bancarrota es en parte porque alguna vez pasan a ser gestionadas por este tipo de señores, que las suelen usar como redes clientelares y, cuando ya están abocadas al fracaso, les entra una fiebre neoliberal supina y pretenden que sus despilfarros los saquen a flote quienes en ellas trabajan y, si no, pues se privatizan y que el beneficio se lo lleven otros.

A menudo, estos movimientos suelen ir acompañados de la aplicación de una ética arcaica y fuera de lugar que no es sino una flagrante contradicción con lo que ellos mismos han defendido en cada momento. Si hay alguien que no entiende de ética alguna son los criterios del libre mercado y la competencia.

Pero poco importan todas estas incongruencias y salvajadas cuando la redención consiste en algo tan fácil como convocar a la prensa, invocar el mea culpa e implorar, como Nerón, por su vaso de lágrimas. Al final, la que suele acabar llorando de verás es la ciudad y, por ende, todos los que en ella habitamos.

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