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04 noviembre 2010

Navegando en la nada más absoluta hasta que nos llegue el juicio final

Ver no es lo mismo que entender, ya lo decía Rudolf Arheim. Como bien nos recuerda Ryzard Kapuscinski en “El mundo reflejado en los medios”, “la gente confunde el mundo generado por las sensaciones con el mundo creado por el pensamiento, y cree que ver es lo mismo que entender. Pero no es así”.

El arma por excelencia de la democracia es la manipulación. Y nos manipulan a diario con mensajes destinados a perpetuar un status quo determinado en el que ni pinchamos ni cortamos, pero nos los tragamos como si fuera la medicina milagrosa que nos salvará la vida. El mundo que nos proyecta los medios es un universo interesado, pero también hay que tener en cuenta nuestra desidia, nuestra facilidad en tragarnos lo primero que nos ponen por delante sin rechistar, como si fuese el único alimento posible a nuestras mentes.

Nuestra conciencia se encuentra sumida en el letargo del mínimo esfuerzo y no somos capaces, ni nos interesa, hacer un ahínco y seleccionar la información necesaria para tener una visión aproximada a la realidad del mundo en que vivimos. A veces es mucho más fácil convivir con la verdad establecida que buscar las auténticas causas de que el mundo sea como en realidad es.

Ayer nos sorprendíamos con la noticia de que el gobierno se va a gastar este año 17,2 millones de euros en ayudar a los inmigrantes que así lo deseen a regresar a sus países de origen. La crisis ha hecho realidad el viejo lema de la derecha de que aquí no cabemos todos y cada uno ha de apañárselas como pueda en el lugar de donde procede.

Sin embargo, un estudio sobre migraciones realizado por la Fundación CeiMigra presentado el pasado miércoles en Valencia determina que España necesitará 4 millones de inmigrantes en 2034 para reemplazar a trabajadores. Las causas que esgrime dicho estudio para llegar a tal conclusión son que la baja natalidad, el envejecimiento de la población, las dificultades para sustituir a los trabajadores jubilados y la creciente insuficiencia del consumo interno crearán esa voluminosa bolsa de demanda.

Es decir, los estamos echando ahora para que vengan a salvarnos después. No nos impresiona el hecho de que sólo el 0,39% de los extracomunitarios que ahora están en nuestro país han regresado a su lugar de origen, a pesar de lo crudas que se las estamos poniendo aquí. No nos interesa oír, comprender, nos quedamos con los mensajes superficiales y con esa regla medimos el mundo que nos rodea.

Lo mismo ocurre con el manoseado estribillo de la crisis económica. Todos los políticos del estrecho espectro con posibilidades de gobernar a corto plazo esgrimen el desgastado mensaje de que ha llegado la hora de los sacrificios. ¿Para todos? No, para todos no, para los de siempre con tal de que también los de siempre sigan disfrutando de sus privilegios ancestrales. Es el viejo cuento de la lechera barnizado con capas recientes: cambia todo para que todo permanezca igual. De nuevo nos la meten doblada y nosotros sin enterarnos.

Si el que está ya es malo de por sí, el que viene no lo va a hacer santo y anuncia que va a arremeter contra el Estado del bienestar privatizando servicios públicos esenciales como la sanidad, la educación, la dependencia o los transportes. Amén de aumentar el período de cálculo para la jubilación –que ya se sabe que todo lo que cobre un anciano por encima de los seiscientos euros es para vicios–, cepillarse lo poco que hemos avanzado en igualdad de género, el derecho al aborto, la ley del matrimonio homosexual y el sursum corda si es necesario. Y nosotros sin inmutarnos, no vaya a ser que nos señalemos entre el difuso horizonte de la manada sumisa.

Pero eso sí, entre tanto apretarse el cinturón y sacrificio de los mismos de siempre todavía hay un hueco para las excepciones que hacen sagrada la regla. Al señor ese que nadie en este país ha elegido y que nos impuso los caprichos seniles de un viejo dictador y a su familia que a nadie se le ocurra tocarlos. Hasta ahí podríamos llegar. Que con los 8,43 millones de euros de estipendio que se le asignan para el próximo año apenas si tienen para pipas las criaturas. Como para que enciman pretendan fiscalizar en qué diablos se gastan el dinero que apoquinamos entre todos. Porque contra semejante falta de respeto y ordinariez y no existen las derechas y las izquierdas, faltaría más, sino el ejemplo que a diario nos da esa prolija prole de vida de recato y humildad.

O el ejemplo permanente de ese enviado de dios en la tierra, todo austeridad y esencia viva de la palabra de su mentor, cuya visita nos va a costar 29,8 millones de euros, amén de los descuentos fiscales que se le practicarán a las empresas que contribuyan altruísticamente con sus donativos a tan especial evento. Y encima, que no se te ocurra criticar el dispendio o la necedad de su turismo gratuito por nuestro país, que se te abren para siempre las puertas del infierno. Porque de todos es bien sabido que no hay mejor manera de ganarse la salvación eterna que disponer de una abundante e inagotable faltriquera.

Y así nos va. Seguimos tragando sin atorarnos, aunque veamos a los nuestros, a los cercanos y que nos duelen de verdad, pasándolas canutas para ver el día siguiente, porque como decía Kapuscinski, “un hombre que padece hambre crónica no plantea exigencias y jamás luchará por nada”. Agonizando felices mientras navegamos en la nada más absoluta hasta que nos llegue la hora del juicio final. Cita, por cierto, a la que yo no pienso acudir.



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