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16 octubre 2010

Stephen West, la historia de una ejecución largamente anunciada

A Stephen West le venían mal dadas desde antes de su nacimiento. Su madre ya intentó suicidarse cuando estaba embarazada de él, por lo que la relación de West con la muerte se puede decir que comenzó a una edad bien temprana.

Desde el momento en que nació en una institución mental de Indiana, allá por los comienzos de la década de los sesenta, y hasta que abandonó el hogar para ingresar en el ejército, sus padres lo sometieron a graves abusos. Lo agredían continuamente propinándole golpes con las manos, con palos, con botellas o con cualquier otra cosa que tuvieran a mano. Cuando era bebé fue golpeado contra una pared con tal violencia que se quedó bizco y necesitó cirugía. Todo ello fue reconocido por su padre en una declaración jurada llevada a cabo en 1998.

A la edad de 23 años, Stephen West se vio involucrado en un crimen brutal. Wanda Romines y su hija de 15 años, Sheila, fueron asesinadas en su casa al este de Tennessee el 17 de marzo de 1986. Ambas recibieron múltiples puñaladas y la menor fue violada. Stephen West y Ronald Martin, de 17 años, fueron acusados de ambos asesinatos.

Quedó probado que ambos estaban presentes en el lugar del crimen. Fueron juzgados por separado, el primero West, cuyos abogados alegaron que el autor de los asesinatos había sido Martin y que su defendido no lo había impedido porque fue amenazado por su acompañante. West fue condenado a pena de muerte, mientras que Ronald, al ser menor de edad, recibió condena a cadena perpetua.

Mientras estuvo bajo custodia antes del juicio, Ronald Martin conversó sobre el crimen con un compañero de celda. La charla fue grabada y en ella Martin reconocía que Stephen no había matado a nadie, sino que lo había hecho él. El juez encargado del juicio contra West determinó no admitir la cinta porque “se trataba de un testimonio de oídas”.

Stephen West será ejecutado en Tennessee a las diez de la noche del próximo 9 de noviembre. Tiene en la actualidad cuarenta y ocho años y ha pasado los últimos veintitrés en el corredor de la muerte, donde se le ha diagnosticado una grave enfermedad mental.

La aplicación de la pena de muerte en estos casos en los Estados Unidos parece obstinada en demostrar que el fallecimiento es la única cura que pone fin a todas las enfermedades.

Expertos en salud mental concluyeron que los abusos sufridos por Stephen West durante su infancia le causaron un grave trastorno mental que afectó a su conducta en el momento del crimen. Esta cuestión, que podría haber sido relevante durante el juicio como defensa o como atenuante contra su declaración de culpabilidad en un delito penado con la muerte, no fue alegada por los dos abogados que representaron a West durante el juicio, ninguno de los cuales había tenido experiencia anterior con un caso de pena de muerte.

Un largo historial de diagnósticos

En 2001, una psicóloga forense que West sufrió “un trauma psicológico y una ansiedad intensos de niño a causa de los graves abusos físicos y emocionales a los que había sido sometido por sus padres”. En conclusiones de la psicóloga, esto propició que West padeciera trastorno de estrés postraumático y que “el trauma y la ansiedad extremos durante su infancia prepararon el camino para que tuviera una respuesta de estrés agudo durante el criment y se viera emocionalmente superado por la situación”.

En 2002, otro médico especializado en psiquiatría clínica y forense recalcó que la familia de West tiene “un historial significativo de enfermedad mental” y que “los actos de crueldad” a los que de niño fue sometido “rompen los lazos que los niños necesitan para convertirse en adultos sanos”, por lo que Wets había desarrollado una “forma insidiosa y progresiva” de síndrome de estrés postraumático que “controlaba y constreñía toda su vida” y afectó a su conducta en el momento del crimen. Un tercer experto en salud mental llegó a las mismas conclusiones ese mismo año.

El jurado que juzgó a Stephen West no escuchó ningún testimonio sobre estos abusos, ni tampoco sobre las letales consecuencias que pudieron tener en el acusado. En 2008, un tribunal compuesto por tres jueces de la Corte de Apelaciones del sexto Circuito confirmó la sentencia de muerte. Dos de ellos argumentaron que, si los abogados del condenado hubieran presentado pruebas de los abusos sufridos durante la infancia, el jurado “podría haber creído que los abusos convirtieron a West en una persona psicológicamente incapaz de hacer frente o desobedecer a alguien enérgico y amenazador como Martin” y quizá habría optado por perdonarle la vida.

Sin embargo, esos mismos dos jueces concluyeron a continuación que “esos mismos testimonios podrían haber tenido el efecto contrario en el jurado y que sus miembros “podrían haber creído que la violencia engendra violencia y que los abusos sufridos por West en el pasado lo habían convertido en el tipo de persona” que podría haber cometido un crimen así y podrían “haber despreciado a West y haberlo condenado a muerte con mayor empeño”. Es decir, que dadas las circunstancias de la salud mental del condenado, lo mejor es arrancarle la vida, ya que, incluso de haber tenido en cuenta las alegaciones a cerca de su deteriorada salud mental, el jurado podría haber llegado a la conclusión de tener que matarle dos veces o más.

La tercera juez del tribunal discrepó y acusó a sus colegas de adoptar un enfoque “contrario al precedente de la Corte Suprema”, ya que si los abogados hubieran presentado “testimonios de los abusos y de sus efectos en el acusado, es sumamente probable que al menos un miembro del jurado hubiera determinado que la explicación aportada por West sobre lo que le sucedió en el momento del crimen (que se quedó helado) era plausible, con lo que la pena de muerte no habría estado justificada”.

En mayo de 2010, una revisión el historial penitenciario de Stphen West reveló que en el período de 2001 a 2006 se le diagnosticó un trastorno depresivo severo con rasgos psicóticos. En 2006, el diagnóstico se cambió por el de esquizofrenia paranoide crónica y se señaló que sufría “ansiedad, depresión y alucinaciones auditivas”. En 2008, se modifica de nuevo el diagnóstico por el de “trastorno psicoafectivo” en el que se reflejaba la opinión del médico de la prisión de que West presentaba síntomas de esquizofrenia (delirios y alucinaciones) y de trastorno bipolar (manía y depresión).

Stephen West no tenía antecedentes penales antes de los crímenes por los que fue condenado a muerte y, según los informes de las autoridades penitenciarias, no ha cometido ningún acto violento durante los veintitrés años que lleva en el corredor de la muerte.

Fuente | Amnistía Internacional.



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