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03 octubre 2010

Monteseirín y su trenecito

El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monsteseirín, en ese ejercicio permanente de autobombo que viene practicando últimamente principalmente desde las páginas de su blog, no para de lanzar una mentira tras otra, o lo que es lo mismo, una sarta de verdades a medias que no tienen otro objetivo, aparte de darse cera él mismo, que ocultar esa parte incómoda de la realidad que tanto molesta a los sevillanos.

En una de sus últimas entradas, el alcalde hace una inmersión a pulmón libre en una loa interminable a las bondades de su juguetito preferido: el Metro_Centro. Dice Monteseirín que, con los datos en la mano (sus datos, lógicamente), el tranvía es “la segunda línea en cuanto a demanda de viajeros de la ciudad, habiendo movido en sus dos años de existencia a 9 millones de viajeros”. Es una verdad a medias que la clásica cuenta de la vieja se encarga de desmantelar sin ningún esfuerzo.

Porque lo que no dice el alcalde en ningún momento es que una gran mayoría de esos viajeros, si no todos, provienen del recorte de itinerarios que supuso trasladar las terminales de líneas de Plaza Nueva al Prado de San Sebastián. Es decir, que lo que antes se hacía en un único trayecto ahora se hace en dos, con el consiguiente sobre coste económico para el bolsillo de los usuarios, y con la ventaja añadida de que lo que antes era un sólo viajero transportado, ahora por obra del birli birloque se convierte en dos, para solaz y placentera auto propaganda del ínclito alcalde de esta ciudad.

También se jactaba en su momento que la construcción y puesta en marcha del famoso trenecito no había supuesto ningún desembolso para las arcas de Tussam, cuando ya todo el mundo sabe que los casi cien millones de euros que ha costado su primera fase se han cargado íntegramente en las paupérrimas arcas de la empresa de transporte urbano de la ciudad.

Era evidente que la obligatoriedad de llegar a Plaza Nueva para los clientes de Tussam y la falta de alternativa distinta a caminar el largo trecho desde el Prado de San Sebastián hasta el centro neurálgico de la ciudad iba a provocar la demanda a la que se refiere. La gente no tiene otra alternativa a la caminata. Pero tampoco menciona en ningún momento la merma de viajeros que su implantación supuso para las líneas que con anterioridad alcanzaban la Plaza Nueva al dejarlas limitadas en el Prado. La ya extinta 23 es un buen ejemplo de ello.

De hecho, en lo referente a la conservación de sus viajeros, Tussam no es que pueda precisamente presumir. La sangría es tan constante y definitiva que hace pocos días saltó a la palestra la cifra de 7,7 millones de viajeros perdidos en los últimos diez años. Todo un récord para enmarcar de eficacia en gestión de una empresa pública, para mayor honor y gloria de Arizaga, gerente de la empresa municipal durante la mayoría de ese período.

En el resto de su exposición, al alcalde no le falta razón. La reducción de emisiones ha sido espectacular y la aceptación por los sevillanos de la peatonalización sin precedentes. La pregunta es si no se habrían conseguido los mismos efectos mediante otro método igual de eficaz y menos oneroso.

O también, si el tranvía era la única alternativa viable, ¿por qué no se buscó otro medio de financiación de manera que no se condenasen a muerte las cuentas de una empresa de tan difícil equilibrio presupuestario como Tussam? Eso hubiera permitido que la empresa de autobuses afrontara con mayores garantías el difícil período de transición en el que se encuentra sumergida.

El resultado de toda esta escabechina es una empresa de transportes urbanos que reduce drásticamente su servicio de manera progresiva, prescinde de personal y alcanza agónica cada fin de mes, mientras los sevillanos, con una red completa de Metro a años luz, carecen de otra alternativa para satisfacer sus necesidades de movilidad que el vehículo privado. O lo que es lo mismo, construir la casa por la ventana en lo que a sostenibilidad se refiere y obtener un resultado radicalmente distinto al que se pretende.

Esta es la ruina de legado que Montesirín y su gente han traspasado en materia de movilidad a Juan Espadas. Todo un regalito, vaya.



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