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15 octubre 2010

Las espaldas de Espadas

Tal vez sea pura casualidad, pero tras ver la luz los resultados de una encuesta que otorgan mayoría absoluta a Juan Ignacio Zoido en las próximas elecciones a la alcaldía de Sevilla, los acontecimientos en la política sevillana se han precipitado como por un desagüe.

Los números no pueden ser más desalentadores para los socialistas, en gran medida gracias al ímprobo esfuerzo que está haciendo el alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, por cercenar de un tajo las escasas posibilidades con que cuenta su pretendido sucesor al cargo mediante una victoria, aunque sea por los pelos, que se antoja casi imposible.

Al lógico desgaste que ocasiona el ejercicio del poder, en esta ecuación de difícil cuadratura hay que sumarle la desastrosa gestión que ha llevado a cabo el alcalde en su último mandato, que ha abocado al Ayuntamiento y a cuanto de él depende a la más absoluta de las ruinas, y esa escenificación pública permanente de las luchas intestinas en el seno de su formación que echa para atrás incluso a sus propios votantes.

La mitad de los encuestados valora mal a Monteseirín. Es un dato demoledor que pone de manifiesto la caída abismal en popularidad del regidor sevillano, que en todos los charcos se mete de mala manera y de todos sale empapado hasta las trancas. Como no podía ser de otra manera, el sondeo predice una alta abstención que podría rozar el tercio de los votantes. Es la muestra palpable del desencanto que se ha instalado en los pobladores de esta ciudad ante tanta mediocridad y doble discurso.

Tal vez por eso, porque el horizonte se aventura, más que oscuro, completamente negro, los socialistas no han tardado en cubrirle a Espadas las espaldas y ya le han hecho un traje a medida en el senado, para que un cargo institucional despeje el futuro inminente, por mucho orgullo que suponga, y un proceso de campaña que se antoja cuanto menos accidentado. En especial a causa de ese melón sin calar en el que se ha convertido Montesirín y que promete dar más de un quebradero de cabeza a su equipo electoral.

Mientras tanto, Zoido no gana para gozo contemplando desde la barrera la batalla cainita en el seno del bando oponente y ya casi se ve gobernando la ciudad. Qué razón tenía aquel que dijo que las elecciones no las gana la oposición, sino que las pierde el gobierno. Sobre todo si éste pone todo su empeño en ello.

Eso sí, una cosa sí que parece bien clara, cristalina diría yo; Monteseirín no piensa bajarse del burro aunque el zopenco lo lleve a despeñarse por un desfiladero. De casta le viene al galgo. Así que entre sus orejeras el único horizonte que se vislumbra no viene a ser nada diferente al que se ha visto hasta ahora. O lo que es lo mismo, más de lo mismo y en dosis, si puede ser, mayores.

Igual es que conlleva muchas más dificultades colocarle a él de embajador, para desgracia del supuesto país de destino, que sentar en el senado a un candidato que no las tiene todas consigo. Misterios de la política doméstica.



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