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09 agosto 2010

En el PSOE, Sevilla no es Madrid

Recuerdo que de pequeños, ante la injusticia manifiesta, siempre nos solíamos rebelar con la misma frase: o todos moros o todos cristianos. Una frase lapidaria y un tanto racista, heredada del refranero popular, que concentraba de una manera singular nuestros anhelos de justicia e igualdad.

Algo parecido deben estar pensando muchos de los socialistas sevillanos desde que se han enterado de que en Madrid sí habrá primarias para elegir al candidato a la presidencia de la comunidad. La corte siempre ha sido la corte.

El culebrón de la candidatura a la alcaldía de Sevilla y ese cierre en falso que supuso la designación a dedo de Juan Espadas como candidato oficial, a falta de la aprobación por el federal, han puesto de manifiesto que más que una elección hemos asistido a un golpe de mano timoneado por las altas instancias del partido a nivel regional.

El sistema utilizado para llevarlo a cabo no ha sido otro que el ya clásico de “la paralización”; el que se mueva no sale en la foto. Y algunos ni incluso permaneciendo de por vida como una estatua de sal aparecerán jamás en la instantánea.

Esto de la democracia interna en los partidos, y en el PSOE no iba a ser una excepción, es como el cuento de la lechera. En estructuras ciclópeas donde el clientelelismo se convierte en norma es casi improbable que prosperen las prácticas puramente democráticas. Aquello de que hablen las bases hace ya años que se quedó para las películas y los cuentos de los abuelos a sus nietos embobados.

De otra forma nadie comprendería que Juan Espadas fuera hoy el candidato socialista a la alcaldía de una Sevilla donde Monteseirín dominaba siete de las once agrupaciones locales de la capital.

Es cierto que al actual alcalde de la ciudad le faltó el arrojo y la valentía política para presentar a los suyos como alternativa fiable. A Monteseirín le dio miedo, o algo parecido, el utilizar los mecanismos legales que recogen los estatutos del partido para forzar unas primarias, que son varios y muy potentes, y catapultar dignamente a su entonces delfín, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis.

Más que eso, lo que hizo fue plantarlo en mitad del ruedo político sin capote ni estoque y quemarlo de una manera tan precipitada que ha dado como resultado su desaparición casi absoluta de la escena política. En esto el alcalde ha demostrado esa falta de determinación y arrojo que tantos le han reprochado y que se ha puesto de manifiesto en otras muchas cuestiones institucionales.

También no es menos cierto que a muchos de sus fieles les faltó tiempo para poner pies en polvorosa cuando las cosas comenzaron a ponerse feas y dejaron a su líder más solo que la una y enfrentado a toda la estructura del partido. Son las cosas de la política, donde los compañeros de viaje suelen durar lo mismo que un donut en las puertas de un colegio.

Tampoco es que unas primarias en el seno del PSOE sean la demostración por excelencia de un sano ejercicio de democracia interna. Pero al menos, con la distribución de la militancia que había en aquellos momentos, las bases del partido se hubiesen podido expresar más o menos en libertad.

Y eso suele preocupar bastante, porque las bases, cuando se expresan por sí mismas, rara vez siguen las directrices marcadas desde los órganos de la dirección del partido. De eso en el PSOE saben un rato, de ahí que la propia dirección regional pidiese al federal la denegación de las primarias para la designación de los candidatos en Andalucía.

Sevilla no es Madrid, eso está más que claro. Y a Sevilla se le niega lo que a Madrid se le sirve en bandeja de plata. La excusa que sirve para un sitio, las encuestas, no es válida para otro como Sevilla. Porque dudo mucho que al iniciarse la carrera por la sucesión a la alcaldía Juan Espadas superara en las encuestas a un alcalde que, con todo el deterioro que ello conlleva, llevaba más de una década en el cargo. Incluso Alfonso Rodríguez Gómez de Célis estaba mejor posicionado en el conocimiento de los sevillanos.

El PSOE sevillano se ha quedado sin unas primarias que tal vez hubiesen propiciado un cierre digno de las heridas que lo estigmatizan. Frente a eso se optó por una entrada del provincial como un elefante en una cacharrería y la imposición de un candidato que lo primero que ha tenido que hacer es convencer a las bases de que con él es posible. Otra cosa es que las bases se lo crean y reacciones como se espera de ellas en una campaña crucial como la que se avecina.

De momento reina la calma en una jaula de grillos acojonada por los resultados que se atisban en lo que cantan las encuestas, pero nada hace presagiar que, una vez pasada la tormenta, la calma chica que ahora se disfruta tenga visos de eternizarse.

La voz de los militantes y el debate de las ideas se posponen, una vez más, para mejor ocasión.


Actualización 13:55 horas: Recomiendo la lectura al respecto de este tema del artículo "Dedocracia interna" escrito por Carmen Gurruchaga para Cuarto Poder.



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