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04 noviembre 2009

Es la economía, estúpido

Comienza Gemma Jordán su post en Sin Futuro y Sin un Duro con estas palabras:

“Decía Francisco Camps la semana pasada que menos hablar de política y más de economía. Y algo parecido decía el compañero Julio Gómez en una tertulia de Ràdio l’Om en la que ambos interveníamos. Todo esto venía a cuento de las detenciones e investigaciones que se están dando relacionadas con corrupción política, urbanística y empresarial. Y yo digo que cuando se habla de este asunto, aunque parezca que es política, en realidad es economía. Porque todos los que ya han caído y los que están por caer, se aprovecharon de las graves taras de nuestro sistema productivo, comunicativo, social y económico para enriquecerse de forma fraudulenta con la connivencia de los demás.”

Y, efectivamente, es economía, pero también es algo más. Es una crisis sistémica como pocas hemos padecido.

Probablemente se produzca mucho antes la recuperación de la crisis económica que la del deterioro lamentable que está sufriendo la democracia y la ciudadanía de este país.

Porque al sistema económico que nos rige le interesa recuperarse cuanto antes utilizando la práctica más adecuada en cada caso, poco importa lo que cueste, ya que a estas alturas de la película no se van a detener en escrúpulos que sólo hacen estorbar.

Sin embargo la apatía, la desmoralización que está sufriendo el ciudadano ante el lamentable espectáculo que se ve obligado a contemplar y sus efectos en el futuro inmediato son de más difícil cura y puede que de consecuencias impredecibles.

El sistema no está capacitado para combatir la corrupción, precisamente porque se sustenta sobre la corrupción misma. ¿O acaso no es corrupción conseguir beneficios escandalosos a costa de la hambruna y el padecimiento de tantos? Los valores que nos rigen, sobre los que se basan los sueños de una sociedad que empieza a decaer, son los primeros que están corruptos. A partir de ahí, la tela de araña se extiende y se complica de tal manera que se hace casi imposible desmadejarla.

La democracia es hermosa, pero puede ser la alimaña más desagradable si no hacemos de ella defensa hasta cuando acudimos al cuarto de baño a hacer nuestras necesidades. Mientras la democracia consista en acudir a las urnas cada cuatro años a depositar nuestra papeleta para acallar la conciencia de los políticos, nadaremos en corrupción y desengaño y la ciudadanía no será más que la papelera útil sobre la que se vuelcan los objetos inservibles.



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