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20 junio 2009

El estatus que otorgaba la prensa hoy lo dan los ciudadanos

Los lectores de los medios de hoy han optado por manifestarse y se han rebelado. Ya no les vale la vieja función de otorgar estatus que Lazarsfeld y Merton concedieron a los medios de comunicación. No aceptan la lista selecta de invitados y se postulan como los únicos con autoridad a determinar quiénes componen las élites.

La legitimación de la sociedad no puede quedar en manos de unos cuantos privilegiados subyugados a determinados intereses que rara vez coinciden con los del entramado social en su conjunto. Han decidido cambiar la influencia de unos pocos por la de la mayoría y el medio que no sea capaz de entenderlo y adaptarse está condenado de antemano a morir.

Los periódicos cometieron un grave error dejándose atrapar por los sesgados intereses de políticos y empresarios y abandonando a las masas que los encumbraron a su suerte.

Todo pareció sentenciado entonces y aquellas ilusiones de, por fin, tener voz propia de la mayoría de la población parecían encalladas para siempre.

Hasta que llegó la herramienta mágica que permitió rescatar el sueño primigenio de la prensa y devolverlo a sus legítimos dueños. Aquel que perduró inmaculado hasta que los medios decidieron convertirse en negocio antes que en informadores. Y esa herramienta se llama Internet.

La prensa, aquel instrumento en el que predominaba una función social, el heredero de la vieja tradición de políticos, sindicatos de obreros y asociaciones varias que se agrupaban para tener voz y medios, y lo primero que hacían era fundar una gacetilla con la que difundir sus ideas, había decidido convertirse en bazar. Y la ecuación que marcó las reglas de la información a partir de entonces fue que quien no tuviera dinero o poder no tenía voz.

Pero llegó Internet y rompió la baraja, porque derribó de un plumazo esa barrera y dejó a los medios con el culo al aire y sin saber reaccionar, como un niño que se despierta en una habitación extraña.

El liderazgo político mediático ha caído. ¡Viva el patrimonio mediático de los ciudadanos!



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