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10 marzo 2009

Un andalucista abertzale llamado Javier Arenas

Fotografía: La Voz Digital


No soy de los que me suelo dar golpes en el pecho vanagloriándome de la tierra que me vio nacer, aunque probablemente tenga motivos más que suficientes para hacerlo si quisiera.

Me considero un ciudadano del mundo a la vieja usanza que concibe las fronteras nada más que como unas líneas imaginarias e ilusorias dibujadas por los hombres a imagen y semejanza de sus ambiciones e intereses particulares.

Ello no quita que me sienta orgulloso de ser sevillano y andaluz, por supuesto, porque entiendo que es lo que me hace singular y diferente dentro de ese todo homogéneo que es la humanidad.

Mi tierra me ha hecho como soy y, por ello, le estoy agradecido. Y, hoy por hoy, considero un privilegio poder vivir aquí, sin menosprecio a ningún otro lugar, porque la manera que tenemos de concebir la existencia hace diferente a esta sabia y vieja tierra, independientemente de las virtudes y defectos que como pueblo podemos tener, que seguro que son muchos y muy variados.

En definitiva, no soy un nacionalista, ni andaluz ni español, pero tengo muy claro y en buen aprecio cuáles son mis raíces y con ellas procuro ser siempre lo más consecuente que soy capaz.

Lo que no entenderé jamás son actitudes como la de ese chirigotero de tres al cuarto, con perdón de los gaditanos, llamado Javier Arenas, al que ahora, por imposiciones del guión, le ha tocado ser más andalucista que la bandera blanquiverde y que el escudo de Hércules, las columnas y los leones.

Y es que, ante el inminente acuerdo entre las administraciones, la central y la autonómica, para saldar de una vez la pesada losa de la deuda histórica andaluza, le ha faltado tiempo para saltar al ruedo circense de la opinión pública tildándolo de vergonzoso” y de “ataque a la dignidad” de Andalucía.

Lo que no dice el ínclito visionario del sur es que si la dignidad fuera una realidad cuantificable, probablemente él no existiría. Porque hay que tenerla de cemento armado para realizar tales afirmaciones cuando se llevó ostentando cargos de responsabilidad durante los ocho años del insufrible gobierno Aznar, que nos negaba insistentemente el pan y la sal, sin abrir esa boquita que ahora no para de soltar.

Pero lo peor de todo es que este político de tan baja altura es el mismo que, como artífice de la propuesta del Partido Popular en el Parlamento andaluz, cifró la deuda histórica en su día en 1.148 millones de euros, como bien ha significado Zarrías, y que ahora descalifica el acuerdo de 1.200 millones de tan deshonrosa manera, en un alarde de coherencia política digno de figurar en los anales de la historia de la desfachatez.

Yo no estoy cualificado para cuantificar el montante de la deuda, pero si de una cosa estoy seguro es de que Andalucía, mi tierra, no merece políticos como este, que es la representación más viva y notoria de lo que en su día se conoció como el “típico señorito andaluz”, aquel para el que nuestra tierra no es óptima más que para sus interminables jaranas de guitarra y pandereta.

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